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P. JosÉ ANTONIO DE DONOSTIA Como el del perro que acabamos de referir, hay otros casos cómicos de saludadores, a quienes no valieron fórmulas cabalísticas ni imprecaciones. Dos voy a aducir. El primero, tomado del P. Feijoo, es una bonita ilustra- ción del conocido refrán: el miedo guarda la viña. Cuenta el sabio benedic- tino de un saludador, a quien llamaron «para que, o curase o matase a una vaca, tocada de rabia. Vino; pero por más que le animaron, no se atrevió a entrar en el corral donde estaba la vaca. Lo más que hizo fue entreabrir un poco la puerta, y desde allí soplar, y más soplar, teniendo gran cuidado de cerrar la puerta siempre que la vaca se encaraba o se quería acercar. Al fin, no aprovechando nada, ni sus soplos, ni sus deprecaciones, se tomó la pro- videncia de matar la vaca de un escopetazo*. (Tea t ro Critico, I.c., p. 9 . ) El segundo, que bien podía titularse «el alguacil alguacilado», aparece en las anotaciones que el Dr. Andrés Laguna puso al Dioscórides griego, al trasladarlo en lengua castellana. Dice así Laguna: «Hállanse también cier- tos saludadores, que prometen de sanar con palabras todas las mordeduras de las serpientes, y de embotar la malignidad de las fieras. Los quales si fues- sen de vida exemplar o reluziesse en ellos una mínima centella de pías v religiosas costumbres, creería yo facilmente hauerles sido dada de Dios tal fuerga, contra las humanas enfermedades, cual fue concedida a muchos sanc- tos varones, de los quales quiso vsar nuestro redentor, como de aptíssimos instrumentos, para remedio de nuestros males. Empero como sean la hez del mundo, y todo género de maldad se aposente y albergue en ellos, no puedo en alguna manera dar crédito a sus encantos, ni persuadirme que ten- gan tanto vigor. Acuérdome que en Salamanca, siendo yo allí pupilo, un día de Sant Iuan, quasi a boca de noche, quando todos ya desamparauan la fiesta, pensando que fuesse acabada, soltaron de improuiso un toro muy brauo, hallándome yo a caso en medio de toda la plasa, junto a un saludador pati- tuerto: el qual viendo su peligro y mi miedo, y sacando de flaqueza coraje, me dixo que no temiesse, porque a él le bastaua el ánimo de encantar la fiera, y sacarme a paz y a saluo. Por donde yo assegurado de sus palabras, me puse todavía quatro passos tras él, tomándole por escudo, hasta ver en qué paraua el mysterio: por quanto ya no hauia orden de huyr. Mas el torillo mal encarado, que no se daua nada por palabras ni encantos, porque sin dubda deuia ser Lutherano, enuistió luego con su merced, y le dio dos o tres bueltas bien dadas: y ansí el desuenturado que pensaua socorrer a los otros, quedó estirado y medio muerto en el corro, aun que a mí me cum- plió la promesa: porque mientras él andaua embuelto en los cuernos del to- ro, me acogí más que de passo, y me puse en cobro: gratias a mis desembuel- tos pies, que dexauan de correr, y bolauan. Ansí que de allí adelante ninguna fe di a semejantes chocarreros y burladores: dado que en esto y en lo demás, me remito al sano parecer de la Sancta yglesia que los consiente*. (Pedacio

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