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y tierra que hay desde Paria hasta Unare, qu~ serán cien leguas de costa de Tierra Firme, tan pacífica que un cristiano o dos la anda– ban toda y trataban con los indios muy seguramente". Esta rápida pacificación fue fruto de la conducta etemplar de los frailes según el testimonio de Las Casas: "Tienen los md10s mu– cho crédito dellos, porque saben que no les hacen mal, como los cristianos suelen hacerles". De donde concluye, con lógica muy las– casiana, que "más se suele hallar con asegurar un fraile que dos– cientos hombres de armas". Los franciscanos, que ya habían abierto anteriormente en San– to Domingo centros de enseñanza escolar para jóvenes nativos, le– vantaron en Cumaná un colegio de "hasta cuarenta indios estu– diantes muchachos", para quienes el padre Garceto llevó algunos se– glares que se ocuparan de proporcionarles alimento adecuado, es de– cir, una especie de modernos dietistas... Se sabe también que cada uno de los alumnos recibía anualmente "dos camisas e dos pares de zapatos e una caperuza, e algunas mantas bastas para en que duerman". Una guardarropía bien surtida, dadas las circunstancias... Y así se desató la espiral de la violencia La flamante nave de la gobernación espiritual marchaba, pues, viento en popa; pero sus marineros no se habían prevenido contra la formidable tempestad que se les echaba encima. Los frailes, pro– pensos siempre a contraer la noble enfermedad del idealismo, se dedicaban con ahínco a evangelizar y a civilizar; pero no repararon en que su bella obra era socavada, y no con menor afán, por los co– lonos y aventureros recién establecidos en Cubagua y Santo Domin– go. Estos necesitaban mano de obra barata y fácil para sus pesque– rías de perlas, para sus haciendas y minas; y Cumaná, poblada de indios pacíficos, era para ellos una cantera tentadora, sin otra de– fensa que dos o tres Cédulas Reales, las oraciones de los misioneros y "ciertas piezas de artillería" que los frailes dominicos de Chichi– viriche solicitaron el 20 de enero de 1517 en previsión de posibles sustos, pero que, o bien nunca llegaron a su destino, o de nada sir– vieron cuando más falta hacían. La gobernación espiritual no pudo defender a sus súbditos. "Aquel tiempo -escribe el historiador fray Pedro de Aguado– fue calamitoso para los indios por causa de no cumplir ni guardar los españoles las condiciones que por el rey estaban puestas para to– mar indios por esclavos. Al contrario, interrumpiéndolo todo, tor– cía cada cual las leyes como quería, y por violentas maneras hacía que tales leyes vinieran a juntarse con sus intereses y codicia... Oficiales y jueces confirmaban su maldad con echar el hierro a los indios que los contratantes traían por esclavos". 97
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