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Para estructurar el novedoso plan, ascéticos frailes jerónimos fueron despachados a Santo Domingo como gobernadores de las Indias, y la Corona emitió paternales amonestaciones con frases co– mo ésta: "Les hagan saber a los indios de aquellas partes la mucha voluntad que tenemos de los mandar favorecer y bien tratar, para que ellos aseguren y huelguen de recibir la doctrina y buen exem– plo que por parte de aquellos padres que allí están entendiendo en ello se les predica y enseña". No había duda. Se quería poner en marcha la bella utopía de una república cristiana de aborígenes impolutos. La admirable quijotada llegó a su colmo en las capitulaciones que Bartolomé de Las Casas firmó con la corona el año 1520. El cronista fray José Torrubia describe con fina ironía el proyecto las– casiano: "Fundaba Las Casas esta gran máquina en sólo cincuenta hombres, escogidos de su mano, a los que propuso había de vestir de paño blanco y condecorar con unas cruces como las de Calatrava, poniendo por divisa a cada una un ramillo harpado en los cuatro brazos. Con sólo esto concibió aquel celoso varón que podía no sólo mantener en paz la costa de Tierra Firme, sino conquistar sus en– trañas, haciendo girar todo este arbitrio únicamente sobre la má– xima de que se persuadiesen los indios de Cumaná que aquellos caballeros disfrazados no eran españoles". Movilización en gran escala Del papel de las Cédulas Reales, la imposible empresa saltó al terreno de los hechos. Con una eficacia y una rapidez de movimien– tos que asombran, franciscanos y dominicos pusieron en marcha el tentador proyecto de la penetración pacífica del continente recién descubierto. Por parte de la Orden franciscana, los primeros pasos fueron dados por algunos misioneros que llegaron a Cumaná pro– bablemente en 1514. Fray Francisco de Córdoba, fray Juan Garcés -antiguo corre– dor de esclavos en las costas de Venezuela este último- y fray Pe– dro de Córdoba fueron los adelantados de la Orden dominica. Se establecieron en Chichiriviche, sonoro y curioso nombre indígena que fue sustituido por el cristiano de Santa Fe. Los franciscanos siguieron movilizándose en gran escala. En 1516 arribaron a Cumaná varios procedentes de Francia. Hubo nuevas expediciones en 1519 y 1522, reclutadas por fray Juan Vi– cent. Por todas estas levas de misioneros; se ve que el proyecto de Cumaná despertó en la Orden franciscana un gran entusiasmo. To– do se organizó en grande, no solamente el envío de misioneros, 94

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