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Los informes que envía el obispo con fecha 2 de enero de 1515 rezuman amargura y pesimismo. Hambre. Cadáveres por las calles. El hospital, lleno. No hay quien trabaje en las minas. Los indios huyen. Unico alimento, maíz con agua y sin sal. Los pocos clérigos que restan están sin sueldo. El día 28 de diciembre de 1515, Quevedo escribe que los la– bradores probaron mal y que los aserradores, carpinteros y cante– ros murieron y no es posible construir naves. Un incendio, quizás intencionado, acabó con el almacén de la casa de contratación. Tal cúmulo de desgracias no se debía sólo al mal clima, sino a la falta de organización, a las pugnas internas y al carácter auto– ritario y corrosivo del gobernador Pedrarias. Uno de sus subalter– nos lo considera muy viejo para el Nuevo Mundo y "hombre muy acelerado en demasía". Despreocupado en cuanto a sus deberes de gobernador y sin entrañas ante el sufrimiento ajeno, es, además, co– dicioso y sembrador de discordias. Sus constantes desavenencias con el obispo -también éste era de carácter inflexible y altivo- y con sus oficiales, en especial con el veedor, el futuro gran cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, sólo servían para desorganizar ca– da vez más la incipiente colonia. Para colmo de tantas calamidades, la política de buen trato al indígena que Balboa había iniciado, fue cambiada por prácticas de opresión y despojo. El obispo fray Juan de Quevedo es explícito: "Por el mal trato que les han hecho (a los indios), donde quiera que ven a los cristianos a mal recaudo, los matan, lo que antes no pen– saban osar". Hay capitanes que se dedican a ranchear indios para venderlos como esclavos. A los seis meses de la llegada de Pedrarias, el obis– po franciscano informa de las "entradas" que se han hecho a Co– megre, Tubanamá, Cenú y hasta las costas del mar del Sur. En abril de 1515 informa el Prelado: "Los caciques e indios de la parte de Tubanamá y Panamá, como se han visto maltratar, matar y destruir, de corderos que eran se han hecho tan bravos, que mata– ron todos los cristianos que estaban en Santa Cruz y cuantos halla– ron derramados por la tierra... Los caciques que antes eran enemigos (entre sí) se han confederado". Mientras fray Juan de Quevedo denuncia estos atropellos, un representante de los encomenderos de Darién, el señor Rodrigo de Colmenares, pide en la Corte de España permiso para marcar con hierro a los indios encomendados, y para vender como esclavos a los que logren hacer prisioneros en las guerras. Con data 28 de fe– brero de 1515, el rey Fernando accede a otorgar esta última peti– ción. También Pedrarias concede autorizaciones semejantes. 90

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