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hábito de la Orden en América?- hay un curioso documento de la época. Se trata de una carta dirigida por Fernando el católico al Su– perior provincial de Santo Domingo, fechada el día 28 de julio de 1513. En ella, entre otras cosas, dice que "yo he sabido que en la vuestra casa (de Santo Domingo) está un fraile indio de la dicha Tierra Firme, y porque parece que con llevarle el dicho capitán ge– neral y gobernador (Pedrarias Dávila) haría mucho fruto para la conversión y doctrina de los indios de dicha tierra, por ende yo vos encargo que... enviéis al dicho religioso bien instruido e informado de lo que debe facer para la conversión y doctrina de los dichos in– dios de la dicha tierra". Es de suponer que este franciscano indígena haya trabajado en Darién con sus hermanos de hábito. Pero no consta. En cuanto al padre Torres, elegido provincial el día 14 de ju– lio de 1515, fue enviado a España al año siguiente por el obispo Quevedo como representante suyo. Falleció en Cádiz en aquel mis– mo viaje. De la euforia al desencanto Las primeras impresiones de Pedrarias Dávila y del obispo Que– vedo a su llegada a Santa María de Darién son agradables. El go– bernador informa que es la mejor tierra del mundo para yeguas y vacas. Dice que los árboles "se crían cuantos plantan" y que hay "muchos cañafístulas". En cuanto a las minas, advierte que hay muestras de oro, pero no como se había ponderado. Santa María de Darién consta de doscientas casas. La mejor, la de Lope de Olano. Quinientos quince españoles y mil quinientos indios componen la población. Al obispo Quevedo, Darién le parece pueblo bien aderezado; la gente, alegre y contenta; la tierra, muy bien sembrada. Observa también que "hay puercos hartos para comer". Poco duró el optimismo. Pedrarias cayó enfermo y tuvo que ser sustituido por el obispo en la gobernación por algún tiempo. El río Atrato, en cuyas orillas se levantaba el poblado, era, en expresión del cronista Mártir de Anglería, "de álveo perezoso y ancenegado". Por efecto del cambio de clima y del ambiente insalubre, la mayo– ría de los mil doscientos colonos que llegara con Pedrarias enfermó. No pocos murieron. Otros huyeron a Santo Domingo o regresaron a España. En un solo mes se registró una baja poblacional de se– tecientos. De los diecisiete clérigos que trajera el obispo Quevedo, siete murieron de hambre o enfermedad, otros diez se marcharon. Sólo cinco quedaron en Darién. 89
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