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Presentación El gran pintor mexicano José Clemente Orozco, que sabía me– ter todo un siglo de historia en un mural y resumir los horrores y las esperanzas de una revolución en un lienzo, cifró en sólo dos fi– guras -un fraile y un indio abrazados- el capítulo más extenso que la Orden de San Francisco de Asís ha escrito en América. Es– te largo -y luminoso- capítulo es el de la historia de sus misio– nes. Vestido con pardo hábito de lana y calzado con toscas sanda– lias, el misionero franciscano del Nuevo Mundo ha buscado y ser– vido al indio durante cerca de quinientos años. Lo ha conquistado para el Evangelio y la civilización tendiéndole los brazos, es decir, ganándolo más por el corazón que por medio de calculadas estrate– gias de apostolado o de ambiguas artes de política eclesiástica. Sí. La historia de los franciscanos en América tiene un fuerte sabor indigenista. Es la historia de una Orden que, desde la lle– gada de sus primeros hijos a las islas del Caribe, en 1493, hace una clara opción por la defensa, promoción humana y evangelización del nativo y por el estudio y la conservación de su cultura. Este cordial y eficiente indigenismo de la Orden franciscana es, quizás, su más brillante timbre de gloria, pues, dentro y fuera de la Iglesia, las instituciones valen en la medida en que sirven al hombre; al hombre, sobre todo, débil e indefenso, amenazado por el poder o sometido a estructuras injustas. También alcanza a los misioneros de esta Orden el alto elogio que S.S. Juan Pablo U, du– rante su primer viaje a América, hizo de los religiosos que vinie– ron a las tierras descubiertas por Colón "a anunciar a Cristo Salva– dor, defender la dignidad de los indígenas, proclamar sus derechos inviolables, favorecer su promoción social, enseñar la hermandad (a conquistadores y conquistados) como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre, Dios". Debido a su opción indigenista, los grandes y pequeños he– chos de la vida de estos misioneros impresionan vivamente la sen– sibilidad del hombre de hoy -estudioso de los valores autóctonos y defensor de los derechos de las minorías raciales y de los pue– blos oprimidos- y anticipan las actuales tendencias del pensa– miento y de la praxis de la Iglesia en la América Latina. Durante el período colonial -según las buenas cuentas del his– toriador Pedro Borges- ocho mil cuatrocientos cuarenta y un fran- 7

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