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El buen padre Jiménez fue echado de Cuba "con malos tratamien– tos y afrentas" dos años después, no precisamente por algún des– templado alcalde o gobernador, sino por otro franciscano, fray Ga– briel de Sotomayor, quien, a pesar de ser "fraile mozo y sin expe– riencia", había sido nombrado guardián de La Habana por fray Ro– drigo de Sequera, comisario de Nueva España. El padre Sotomayor llegó a Cuba con cuatro religiosos, dos de ellos excomulgados... Desa– bridos inicios tuvo el convento habanero. En 1579 se abandona el lugar de la primera fundación y se ad– quiere un nuevo solar junto al puerto. Ubicación privilegiada: cerca de los muelles y en uno de los ángulos de la que más tarde se lla– mará Plaza de San Francisco, a la que darán el Palacio del Go– bernador y la mansión del rico hacendado don Diego de Pedroso. En sus inicios, las obras del convento avanzan muy lentamente. To– davía en 1588, cuando lo visita el comisario fray Alonso Ponce, sólo dispone de "tres celdillas bajas". El padre Ponce imprime un nuevo ritmo a las obras. Consigue no sólo la ayuda del gobernador, en di– nero y materiales, sino también la cooperación de la ciudadanía: "los vecinos mandaron luego más de seiscientos jornales de negros, y los albañiles, hacheros y carpinteros más de setenta días de traba– jo por sus personas". En 1609 moraban ya en el monasterio ocho religiosos sin con– tar los donados. Para 1650 era, entre los conventos de La Habana, "el mayor y más considerable, así de religión como de fábricas ... hecho a costa de la Real Hacienda". El gran convento habanero, que llega a ser una de las obras de arquitectura colonial más destacadas de Cuba y un influyente centro religioso y cultural, se distingue desde sus primeros años por su de– cidida vocación misionera debido en gran parte a su posición geo– gráfica. Escala obligada para los barcos que se dirigen a México y Florida, La Habana se convierte en albergue y cabeza de puente de misioneros franciscanos que evangelizan desde 1573 a los indíge– nas de la Florida. En 1587 pasa por el convento de la capital cu– bana fray Alonso de Escobedo, el célebre cronista versificador; tres años después, fray Alonso de Reinoso; fray Juan de Silva, en 1595. Además de dar hospedaje a los misioneros que están de paso, el convento de San Francisco surte con personal propio los puestos misionales floridanos. En ese mismo año de 1595 escribe fray An– drés de San Miguel: "Envió el gobernador (de la Florida) a La Ha– bana a pedir religiosos, y vinieron de la Orden de San Francisco en la misma fragata que a nosotros nos llevó a La Habana". El convento de San Francisco de La Habana, que en sus prime– ros treinta años dependió sucesivamente de la provincia caribeña de la Santa Cruz, del comisario general de la Orden en España y 83

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