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residencia Alonso de Cáceres no les impedían divertirse. En los re– vueltos saraos de sus suburbios se bailaba la gayumba y la zaraban– da. El movido puerto volcaba en La Habana gente de todas las la– titudes y razas. El carácter cosmopolita que rápidamente adquirió la ciudad contribuyó a elevar su nivel económico. Hermosas resi– dencias de piedra labrada orlaban sus calles. Las casas de los co– merciantes exhibían sillas y bufetes de caoba cubiertos con damas– quillos de China, abultados lechos con almohadones de terciopelo, armarios de cedro, lienzos de Flandes. Entre los viajeros que desembarcan en el puerto de La Habana no faltan clérigos y frailes. "En estas flotas de Nueva España y Tie– rra Firme y en los galeones de Vuestra Majestad han entrado en este puerto más de ochenta frailes ... Andan por este pueblo jugando mu– chos dineros y haciendo otras cosas no dignas de su hábito" -in– forma a la Corte el Gobernador Francisco de Carreño en 1577. Evi– tar este "discurso de frailes perdidos" es uno de los fines que, según el padre Francisco de Segura, comisario de la provincia de la Santa Cruz, mueve a los franciscanos a edificar convento en La Habana. Fray Francisco Jiménez, fraile "viejo, religioso y honrado", inicia las obras en 1574 con la ayuda del Cabildo y de los vecinos de la villa. Perspectiva aérea del convento y de la iglesia de San Francisco de La Ha– bana. Del siglo XVII. Dibujo del ingeniero don Juan de Síscara. 82

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