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nar de indios y resultó tan negativo, que vino a confirmar los temo– res que al respecto abrigaba el honesto Manuel de Rojas, quien ha– bía dicho: "No creo en ninguna manera que (los indios) sean capa– ces de vivir por sí". Las causas del fracaso de este experimento social de Bayamo fue– ron complejas. A la apatía que mostraron el gobernador Guzmán y el obispo Ramírez hay que sumar la mala administración y peor con– ducta moral del clérigo Francisco Guerrero, puesto por Jas autori– dades al frente del pueblo de indios, y las malas mañas de los que su– pervisaban al experimento, motejados como robadores por el licen– ciado Vadillo. Por otra parte, la reducción se llevó a cabo en una coyuntura adversa: los indios, alzados en armas en 1528 y, dos años después, en 1530, diezmados por una devastadora epidemia de viruela, no es– taban para semejantes experiencias. A falta de reducciones, los franciscanos catequizaron y prote– gieron a los indios en sus conventos, en especial en los de Santiago de Cuba y Bayamo, y por medio de visitas y misiones en las ha– ciendas y villas de la isla. Conventos y misiones al servicio de los marginados Baracoa, primer poblado español de Cuba, se esfuma pronto, devorado por los caprichosos altibajos de la historia, y, en su lugar, surge, en 1515, Santiago de Cuba como cabeza de la Isla. Santiago, que cuenta nada menos que a Hernán Cortés como su primer al– calde, es en sus años iniciales una pobre aldea de chozas construi– das con paredes de tablas de palma y con techo de yagua, pero po– blada por gente dinámica y ambiciosa, envuelta en asonadas y li– tigios, y movida al mismo tiempo por una emprendedora y audaz fe religiosa. Todavía en 1540, más de las tres cuartas partes de las casas de los santiagueros eran de paredes de tabla, pero ya para 1532 ha– bían levantado una catedral con recios muros de cal y canto a un costo de cerca de dos millones de maravedíes. No contentos con su pretenciosa catedral, habían pedido al provincial franciscano de Santo Domingo que les enviara frailes a fundar convento. El día 22 de diciembre de 1529, la reina recomienda al obis– po de Santiago, el dominico Miguel Ramírez, que acoja bien y ayu– de a los franciscanos en sus planes de fundación. Dos años des– pués, el 6 de noviembre de 1531, arriban al puerto de Santiago cua– tro franciscanos con fray Francisco de Avila al frente. 80

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