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sociales y religiosas del Caribe, donde evangelizaba desde 1506 más o menos, el sucesor del padre Alonso de Espinar en el provincia– lato aceptó la misión que se le encomendaba de trabajar a favor de la libertad de los oprimidos nativos. El día 9 de noviembre de 1526, el emperador volvió a escribirle, esta vez desde Granada, confir– mándole en su cargo y comunicándole que los procuradores de los Consejos de Cuba habían advertido a la Corte que, de cumplirse y ejecutarse el contenido de la provisión real referente a la libera– ción de los indios, se seguirían tantos inconvenientes que más va– lía "no hacer en ello mudanza"; que, sin embargo, él, el empera– dor, seguía creyendo que los nativos cubanos eran libres, y no escla– vos, y habían de ser tratados como libres, y que, para descargo de su conciencia, delegaba en él -padre Mejía- la tarea de poner en li– bertad a todos los indios de Cuba en quienes hubiere habilidad y capacidad para poder vivir "por sí" en pueblos, "en orden y manera de cristianos". La autorización sólo se refería a los indios vacos, es decir, no encomendados todavía. Además, para cualquier gestión relativa al asunto se debía contar con el parecer del gobernador. Quien por aquellos años estaba al frente de la gobernación de Cuba era Gonzalo de Guzmán. Antiguo encomendero en Santo Domingo y secuaz de hombres poco escrupulosos en materia de po– lítica indigenista, como el tesorero Miguel de Pasamonte y el juez de apelación Lucas Vázquez de Ayllón, Gonzalo de Guzmán no era la persona más indicada para secundar los planes del padre Mejía. Tampoco podía éste esperar mayor apoyo en el obispo de Santiago de Cuba, el dominico fray Miguel Ramírez, demasiado identificado con el gobernador. Los procuradores de las siete villas, alarmados por la noticia de que el provincial franciscano intentaba viajar a la isla con provisio– nes reales para libertar a los indios, escribieron de nuevo al empe– rador el día 17 de marzo de 1528, suplicándole que mandase sus– pender definitivamente el proyecto. Fue en Manuel de Rojas, procurador a la sazón de Bayamo y futuro gobernador de la isla, en quien más comprensión y apoyo encontró el padre Mejía. Era persona cuerda y buen juez según el licenciado Vadillo, duro crítico -éste- del gobernador Guzmán y del obispo Ramírez. En medio de este mare mágnum de encontrados intereses y de personajes mal avenidos, el padre Mejía vio muy escasas probabili– dades de éxito para sus proyectos de liberación del indio. Tal pare– ce que ni siquiera se trasladó a Cuba. Tan sólo un pueblo de indios se organizó. En Bayamo. El expe– rimento indigenista que allí se llevó a cabo se hizo con un cente- 79

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