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fray Juan de Tesin, franciscano, quien ha bautizado toda la gente hasta aquí asegurada". En cuanto a la manera de bautizar observada por estos primeros misioneros de Cuba, podemos afirmar que no lo hicieron a troche y moche. La Corona había ordenado que en la cristianización de Cu– ba se procediese con más tiento y prudencia de como se había he– cho en la Española. A fin de lograr mejores cristianos. Un informe de 1512 asegura que los misioneros de Cuba estaban llevando a la práctica tan necesarias providencias y que no bautizaban sino a in– dios previamente instruidos. Otro de los franciscanos que misionó en Cuba en estos primeros años de conquista y colonización fue fray Remigio de Fox, el maes– tro del rebelde cacique dominicano Enriquillo. De él, en efecto, afir– ma Las Casas que estuvo cierto tiempo en Cuba. También fue franciscano -fray Juan de Cosin, quizás- quien confortó al indio Hatuey en su horrible martirio. "Decíale un reli– gioso de San Francisco, santo varón, que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe" -informa Bartolomé de Las Casas en su Destruición de las Indias. Un fraile de san Francisco acompañó a Pánfilo de Narváez en la conquista de la región de Bayamo en el año 1512, según el historiador Herrera. Hombre de fe, el conquistador de Cuba y fundador de sus siete primeras villas, todas ellas bautizadas por él con nombres religiosos (Asunción de Baracoa, San Salvador de Bayamo, Trinidad, Sancti Spiritus, Santa María del Puerto Príncipe, San Cristóbal de La Haba– na y Santiago de Cuba), se hizo acompañar de frailes francisca– nos. Pero, con frailes o sin frailes, con buena o mala conciencia, lo cierto es que Velázquez implantó en Cuba el sistema de las enco– miendas y con él, más eficazmente que si lo hubiera hecho a filo de espada, acabó con la población indígena. El día 1 de abril de 1514 daba gracias a Su Majestad por haberle otorgado poder para repartir indios, de cuyo buen tratamiento cuidaba. Los capellanes franciscanos de los conquistadores de Cuba hi– cieron, sin duda, todo lo que estaba a su alcance para que el buen trato fuese efectivo, pero con paliar los abusos del sistema no se re– mediaba gran cosa. El mal radicaba en el sistema mismo. Los primeros que denunciaron los males de la encomienda fue– ron, en el año 1511, fray Antón de Montesinos y sus compañeros dominicos de la Española. En Cuba, fue un clérigo encomendero, favorecido por el propio Diego Velázquez, quien, en el año 1514, descubrió las raíces que viciaban la encomienda. "Todo cuanto ha– cemos y habemos hecho -confesó Bartolomé de Las Casas- es con– tra la intención de Jesucristo y contra la forma que de la caridad en su Evangelio nos dejó tan encargada". 77
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