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vos y sujetos. De nada le hubieran servido muertos. Apresó a su su– balterno Francisco de Morales por haber "alborotado" a los nativos con sus tropelías de tosco guerrero; pero no tuvo escrúpulos para so– meter a toda la población indígena de Cuba al opresivo sistema de la encomienda. Hasta el rey elogió su "habilidad" en llevar a cabo la tarea, y no dejan de ser significativas las razones que adujo Ve– lázquez para encomendar los primeros indios en Asunción de Bara– coa: "porque algunos (españoles) pedían licencia para ir a la Espa– ñola y excusar que otros vecinos de la Asunción la pidiesen, empecé a repartir indios". No contentos con haber puesto a los nativos al servicio de los conquistadores, Velázquez fomentó la caza de indios en las islas ve– cinas. En el año 1516, Pánfilo de Narváez, subalterno del conquis– tador, y Antonio Velázquez, en nombre de los nuevos amos de las tierras y de los pobladores de Cuba, pidieron a la Corona les diese licencia para traer .de las islas comarcanas, "si no oviese oro, los indios que hallasen". Semejantes hechos, sin embargo, no quieren decir que Diego Velázquez fuera un hombre sin entrañas. Hasta Bartolomé de Las Casas reconoce que era "de condición alegre y humana" y "no vin– dicativo". En su testamento quiso descargar su conciencia y mandó "que se tomen de mis bienes quinientos pesos de oro... para que los repar– tan por iguales partes a los indios que me han servido y sirven en mis haciendas y granjerías y en coger oro". Se acordó en especial de Baltasarico, de Camachuelo, de Capitanía y Catalina, naborías suyos, a quienes mandó repartir "sayos y zaragüelles e camisas e za– patos... e enaguas, e servillas e paños". Es más, contra el criterio del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, quien opinaba que los indí– genas de Cuba eran malos cristianos, viciosos, embusteros e ingra– tos, Diego Velázquez sostenía que eran mucho más virtuosos, hones– tos y religiosos que los de la isla Española. "Saben -añadía- el Pa– ter noster, el Ave María, el Credo y la Salve". Capellanes de guerra Al parecer, Velázquez llevaba una regular provisión de fe y bue– nos sentimientos en su mochila de soldado. No es, pues, nada extra– ño que en su viaje de la Española a Cuba se hiciera acompañar de cuatro franciscanos, según un informe real del 25 de junio de 1511. Uno de ellos fue ciertamente fray Juan de Tesin o Cosin, el compa– ñero de Juan de la Deule, como atestigua el mismo Velázquez: "Y para ello (el buen tratamiento de los indios) va siempre conmigo 76
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