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metido con el poder. La ayuda oficial de la Corona a la Iglesia te– nía su contrapartida. El rey católico, en las capitulaciones que fir– mó en 1512, impuso que los obispos que habían de ser enviados a Santo Domingo y Puerto Rico no obstaculizaran ni directa ni indi– rectamente el trabajo de los indios empleados en las minas de oro. Más bien "los animarán y aconsejarán que sirvan mejor que hasta aquí en el sacar del oro, diciéndoles que es para hacer guerra a los infie– les, y las otras cosas que vieren que pueden aprovechar para que los indios trabajasen bien". Frente al grave problema social de Puerto Rico, semejante com– promiso ataba las manos de don Alonso, pero, sólo hasta cierto punto; fue su actitud personal en relación con las encomiendas la que le privó de la libertad que necesitaba para atacar a fondo la in– justicia reinante, ya que él mismo estaba metido en el "sistema". ¿Quién no lo estaba? En el año 1516, tuvo a bien recordar a las autoridades pertinentes que él, don Alonso Manso, tenía en su poder cédulas legítimamente obtenidas que le hacían acreedor a poseer doscientos indios en encomienda. Hizo saber también a los respon– sables del repartimiento que a cada dignidad catedralicia le corres– pondían cien indios, y setenta a cada uno de los canónigos. Se que– jaba luego de que sólo le hubiesen dado unos pocos indios y ni uno a los canónigos, si bien reconocía que, en cuanto a los canónigos de la Catedral de Puerto Rico, existían únicamente en las cédulas... Corrían entonces tiempos muy recios. No sólo parecía normal que un Obispo o sacerdote tuviera indios encomendados, sino que algunos clérigos creían no cargar demasiado su conciencia por com– prar unos cuantos esclavos en pública subasta. Uno de ellos fue el primer párroco de Villa Caparra, trasladado luego a San Germán, de nombre don Juan Hernández de Arévalo, quien, en el año 1512, adquirió, con limpia plata, dos esclavos. Comprometidos o sin comprometerse, encomenderos o enemi– gos de las encomiendas, poco podían hacer los clérigos en Puerto Rico dado su muy reducido número. En el año 1513, tan sólo dos sacerdotes seculares había en la isla; y en el año 1516 el obispo Man– so -ausente él también- informaba que no disponía sino de cuatro o cinco clérigos en su diócesis. Cuando, en el año 1517, don Alonso recibió orden del Gobierno para que pusiera sacerdotes en las es– tancias y minas como instructores de los indios empleados en ellas, con todo y haber sido canónigo magistral de Salamanca, no pudo sacarse de la manga ni curas ni frailes, y los pobres indios siguie– ron muriendo sin que nadie les instruyera ni defendiera. A este desolado campo misional, donde los débiles infieles eran sistemáticamente explotados por los poderosos cristianos, y donde 68
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