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Como se ve, los conceptos cristianos de igualdad y dignidad humanas aún no se habían impuesto a la conciencia ni a la socie– dad de aquellos tiempos. Veamos ahora cómo reaccionó el clero ante semejante situación social. El señor Obispo llegó con las manos atadas Don Alonso Manso, primer obispo de Puerto Rico, llegó a la is– la el día 25 de diciembre de 1512, a bordo de la nao "San Francis– co". Su señoría Alonso Manso, palentino de nacimiento, era licen– ciado en Teología y ostentaba títulos nada despreciables: Canónigo magistral de Salamanca y sacristán mayor del príncipe don Juan. No arribó a Puerto Rico solo, sino acompañado de la escolta que, como tal señor, se merecía: su capellán, el bachiller Juan Rodrí– guez; su mayordomo, Fernando Alonso, también bachiller; su maes– tresala, de apellido Villafañe, y hasta un paje, de nombre Cristóbal. Es de creer que los clérigos que trajo en su séquito el señor obis– po vendrían cubiertos de tabardo o capuz cerrado, con vestiduras "que no fuesen coloradas, ni verdes, ni amarillas, ni de otra color deshonesta", tal como prescribían las capitulaciones firmadas en Burgos, en mayo de 1512, para los obispos y clérigos destinados a Santo Domingo y Puerto Rico. Tamaños ojos abrió, sin duda, el flamante obispo -era el pri– mero en pisar tierra americana- cuando, después de haber atrave– sado a duras penas, entre nubes de mosquitos, la ciénaga que se in– terponía entre el fondeadero de la bahía de San Juan y Villa Ca– parra, vio que su sede episcopal se reducía a un miserable villorrio de chozas de yagua. Villa Caparra, en efecto, la nueva sede del primer obispo que en– viaba España a América, era un triste e insalubre poblacho, una in– cipiente factoría colonial. De inmediato se preguntó el desilusionado obispo qué pintaba él alH, en Villa Caparra, con tanto título, con tanto séquito y tanta gualdrapa. Se comprende que pronto comenzara a prolongar exce– sivamente sus ausencias de aquella deprimente sede episcopal. Por otra parte, su señoría llegó con las manos atadas para po– der enfrentarse a los males más graves que aquejaban su diócesis de Puerto Rico. El primer Obispo del Nuevo Mundo, quien, andan– do el tiempo, había de demostrar un corazón generoso y una positi– va preocupación por la problemática social -fue el primero que le– vantó un hospital en la isla y el que organizó el primer centro de enseñanza en San Juan-, estaba, sin embargo, demasiado compro- 67
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