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le agradece sus mercedes, le comunica que "todos los indios de mi tierra y yo nos benimos a los pueblos de los españoles", que ahora se dedica a "asegurar algunos cimarrones que andaban por las otras partes desta isla" y que besa las manos del emperador como su "humilde servidor y menor vasallo". El célebre discípulo de Remigio de Fox murió un año después, en septiembre de 1535. El escribano de la Audiencia dio la noticia lacónicamente: "El cacique don Enrique falleció. Murió como buen cristiano, habiendo recibido los sacramentos". A este mismo escribano -llamado don Diego Caballero- le de– bemos el último informe que se conoce de la vida de Remigio de Fox, escrito también con una frase escueta: "E queda el capitán solo con dos o tres ombres y el padre fray Remixio". El anciano fraile ha– bía subido al monte a decir a su antiguo discípulo que la rebelión había surtido efecto despertando la conciencia pública, y que seguir empeñado en la guerra no tenía ya sentido. Tal como reconociera el obispo Fuenmayor, el franciscano francés había subido a la sierra de Baoruco "por servicio de nuestro Señor y de V.M., movido con santo zelo". Había ascendido "dos veces y habló a los indios y <lam– bas se desmandaron y lo tuvieron para matar"; pero él confiaba -a pesar de todo- en su antiguo alumno de la escuelita de Vera Paz. Por eso quedó en el monte, esperándolo, pues sabía mejor que na– die que Enriquillo era buen cristiano y que su causa era justa. En ningún momento había olvidado fray Remigio de Fox que también es de cristianos rebelarse contra la opresión y la injusticia. La guerrilla y la libertad llegaron tarde Aquella guerrilla se había metido en un callejón sin salida. A nada conducía ya mantenerse aislados en los cerros si en el resto del país los indios no tenían ya posibilidad alguna de organizarse ni de hacer valer sus derechos. La razón era sencilla -y tristísi– ma-: aquellos cuya causa defendía Enriquillo habían mermado de tal forma a consecuencias de la opresión y de las epidemias sufri– das, que ya no constituían un pueblo. Ni siquiera -raza destruida– tenían posibilidad de volver a levantar cabeza. - Las nuevas estructuras de poder y de economía traídas por la conquista fueron implantadas sobre el cadáver de la raza indígena, y tan insustituibles se volvieron, que el mismo Enriquillo, una vez convencido de la inutilidad de su alzamiento, se puso -por fuerza o de grado- al servicio del sistema contra cuyos abusos se había rebelado. Innegables ventajas de los genocidios a lo largo de toda la historia... 59
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