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bertad en la parte que quisiesen o que se quedase en aquellas sierras...". Pero -terminaba, desconsolado, el ilustre obispo- "tampoco ha aprovechado esto". Todavía en el mes de febrero de 1532 el oidor Alonso de Sua– zo informó que desde el Baoruco incursionaban "cuadrillas de in– dios... que dan mucha fatiga a los vecinos". La paz, "aunque no tan asentada como convenía" -precisa un documento de la época- llegó en agosto de 1533. Tres meses an– tes, el capitán Francisco de Barrionuevo, protegido por una reduci– da escolta, subió a la sierra y, tras dos meses y medio de búsque– da, dio con Enriquillo. De parte del emperador Carlos V le ofreció, no sólo un perdón total, sino también el honorífico título de don Enrique. El cacique rebelde accedió esta vez a hacer las paces, y para celebrar el fin de las hostilidades, don Francisco de Barrionue– vo y don Enrique de Baoruco alzaron las copas (o las jarras) brin– dando con tal euforia por la paz lograda, que ambos cayeron bo– rrachos... Una vez "desenvinados" -la expresión es de Gonzalo Fer– nández de Oviedo-, no se declararon arrepentidos de lo que ha– bían bebido, aclara el mismo cronista. Para celebrar tanta dicha, el poeta Juan de Castellanos escribió entre inspirado vate y reportero veraz: Vinieron todos con brazos abiertos a bien que tanto bien les ofrecía: el don Henrique hizo los conciertos con la seguridad que convenía; dejó las asperezas destos puertos, volvióse do primero residía, su vida fue después vida segura, y ansí se concluyó guerra tan dura". Un año después, el día 1 de agosto de 1534, la Audiencia podía informar, muy satisfecha por los logros obtenidos: "Poco a poco habemos hecho de tal maña que él (don Enrique) de su voluntad, y sin ser inducido de nuestra parte, se vino, ha– brá dos meses, a esta ciudad de Santo Domingo con hasta vein– te indios y capitanes suyos, y se estuvo en ella más de veinte días holgando, y se le hizo todo buen tratamiento por todos en general y por cada uno de nosotros en particular, que los tuvi– mos en nuestras posadas a él y a sus indios, y se les dio muchas ropas y preseas; y fue tan contento que se viene con su mujer a ser vecino la villa de Azua, porque está en comarca cercana de do tiene sus labranzas y asiento". El 6 de junio de 1534, Enriquillo, ya don Enrique, escribió una carta al mismísimo emperador Carlos V, que se conserva. En ella 58
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