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Enriquillo orgamzo su pequeña república independiente de forma que pudiera autoabastecerse y regirse por largo tiempo. Mandó construir chozas, abrir caminos, roturar terrenos, almacenar víveres y armas, levantar puestos de vigilancia, criar gallinas, mon– tear puercos con perros amaestrados y entrenar cuadrillas de guerre– ros. Las huestes armadas de Enriquillo tenían estrictas órdenes de no adelantarse nunca a atacar; sólo podían defenderse. Se les permitía quitar las armas a los incautos que osasen acercarse a las fronteras de su pequeño reino, pero no matarlos. Enriquillo dormía "a prima noche", tendido en una hamaca, defendido por sus subal– ternos; luego, mientras estos descansaban, él vigilaba "pasando su rosario alrededor de su real". Esta estampa bucólica pintada por los cronistas de la época se destiñe un tanto cuando la Real Audiencia de Santo Domingo nos informa que las bandas armadas del piadoso guerrillero bajaban de Baoruco "a correr la tierra y quemar las haciendas, e matar espa– ñoles e hacer otros daños que han hecho e hazen". Las guerrillas de Enriquillo eran un quiste molesto en el Im– perio español, y para extirparlo "se gastaron de la hacienda del rey cuarenta mil ducados y fue mucha parte para que se despoblasen algunas villas", según Herrera. Mapa de la isla Española dibujado a pluma por Fernando Bertelli en 1566. 56

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