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años. No le faltó razón a Bartolomé de Las Casas cuando, a raíz de la implantación del proyecto de las reducciones bajo la regencia de Cisneros, advirtió que la intención del Cardenal era buena, pero que solamente hubiera podido ser efectiva "treinta años atrás". El número de los sobrevivientes había descendido tanto, que el proyecto del cardenal Cisneros y los esfuerzos del padre Mejía no pudieron surtir los soñados efectos. Por estas mismas razones, tam– poco fue remedio el alzamiento guerrillero que llevó a cabo en el sur de Santo Domingo el cacique Enriquillo, discípulo de fray Re– migio de Fox. La rebelión de Enriquillo: justos motivos Enrique de Baoruco fue dado en encomienda-en el año 1514- a Francisco de Valenzuela, "vecino e regidor de la dicha villa (de San Juan de la Maguana), con cuarenta y seis personas de servicio, con más todos los niños que fueren sus hijos que no son de servi– cio"... Los cronistas consignan los agravios que le movieron a suble– varse: robo de una yegua, intento de violación de su mujer doña Mencía -"india de buen linaje"-, palizas, desprecios, injusta pri– sión por parte de Pedro de Badillo -teniente de gobernador de la villa- y desestima de sus quejas por parte de la Audiencia de San– to Domingo, a la que había recurrido. Cuando Enriquillo vio corta– dos todos los caminos, se rebeló. Y, seguido de un centenar o más de indios, se internó en la sierra de Baoruco. Su gesto de desafío alarmó a los encomenderos. "Sonóse luego por la isla -informa Herrera- que Enriquillo era alzado... y toda la isla estaba admira– da y turbada". La Audiencia despachó sus soldados en busca del rebelde, pero éste, amparado en las breñas de la sierra, venció todas las batallas que le presentaron y desbarató todas las trampas que le tendieron. El jefe guerrillero se mantuvo invicto a lo largo de trece años, desde 1519 hasta 1533. Bartolomé de Las Casas, que lo trató en más de una ocasión, lo describe como un héroe valeroso y noble: "alto y gentil hombre, de cuerpo bien proporcionado y dispues– to, la cara ni hermosa ni fea, pero de hombre grave y severo". Aquel símbolo de protesta contra los abusos de la encomienda había escogido para él y su esposa Mencía, para sus guerrilleros y las esposas e hijos de estos, un lugar inaccesible. Pedro Romero, que examinó el escondrijo del rebelde en el año 1533, lo describe como un paraje fragoso y lleno de cuevas. Contó allí unas cuatro– cientas personas. 55

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