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Respecto de si los indios podían vivir "políticamente", opinó: "Que ha visto que algunos dellos saben granjear e comprar e entender en sus conucos aunque estos son pocos, pero que toda la comunidad e los otros demás no son para ello ni por sí sa– brían vivir conforme a lo contenido en la dicha pregunta", es de– cir, "conforme a la manera que lo hacía un orne labrador de razo– nable saber de los que en Castilla viven". En las preguntas cuarta y quinta -relacionadas directamente con el proyecto de las reducciones que se quería implantar- los in– quisidores recabaron de Mejía su parecer sobre si creía convenien– te sacar a los indios de sus lugares de origen o yucayeques y llevar– los a "otros asientos más cerca de los castellanos para que puedan ser mejor doctrinados e instruidos e tratados en sus necesidades". El Provincial franciscano opinó de entrada que "estando (los indios) conjuntos a las estancias de los españoles podrán ser visi– tados de los cristianos e de los clérigos e frayres, que suelen andar visitando las dichas estancias y que andarán de aquí adelante me– jor desta causa, e que deprenderán bien nuestra santa fe católica". Pero, una vez admitido este presupuesto, advirtió que se oponía ro– tundamente a reducir a los indios en forma violenta, que a los ca– ciques viejos era preferible dejarlos en paz en sus propias estancias, y en cuanto a los jóvenes, que en vez de forzarlos era preferible "darles dádivas e joyas en cantidad" para que se movieran a "dejar sus tierras de su voluntad e buena gana", porque "dádivas e hala– gos quebrantan las peñas"; y, en fin, que no se hiciera mudanza alguna sin tener de antemano construidas las "estancias e labran– zas e puesto en ellas gallinas e todas las otras cosas necesarias con– forme a las ordenanzas de Sus Altezas... e mejor si mejor puediere ser". Fue en su respuesta a la sexta pregunta donde el padre Mejía dejó ver más dolida y claramente el agudo y humano filo de su pensamiento indigenista. Le interrogaron qué le parecía mejor: de– jar a los indios "de la manera que al presente están encomenda– dos" o, más bien, trasladarlos a los nuevos pueblos en proyecto. "Si ponen en libertad los dichos caciques e indios -respondió el padre Mejía- no estando encomendados como al presente es– tán, de hoy en veinte años, si al presente hay veinte mil ánimas en esta Isla, habrá cien mil; (pero) si los dejan encomendados como al presente los tienen, de aquí al dicho término no habrá, de veinte mil, ni dos mil personas". Más claro no canta un gallo. La encomienda, tal como se prac– ticaba en las Antillas, sólo acarrearía destrucción y muerte. Con todo, prefirió no entrar en detalles sobre el espinoso tema. Por lo que el escribano del Interrogatorio, que era el señor Pedro de Le- 52
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