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tra el padre Espinar en su Historia de las Indias, parece que fue efecto de un apasionamiento momentáneo, pues en otra obra suya, en el Memorial de los Remedios, escrita en momento de más so– siego y de mayor serenidad de ánimo, enmienda la plana y, fren– te al grave problema suscitado por la denuncia del padre Montesi– nos, pone a franciscanos y dominicos, no ya divididos en bandos contrarios, unos a favor de los encomenderos y otros en su contra, sino formando un solo frente y atacados todos ellos por igual por los opresores de los indios. Afirma en el Memorial: "Vinieron en- . tonces (de la isla de Santo Domingo) religiosos de Sant Francisco y Sancto Domingo, y por la gran resistencia que acá (en la Corte de España) hallaron, no pudieron aprovechar, porque los intereses que allá (en Santo Domingo) los jueces y oficiales y acá los del Con– sejo tenían eran tan grandes, que habellos de perder no era cosa que podían tolerar". Sin embargo, como advierte el historiador Gómez Canedo, la mayoría de los expositores y comentaristas actuales del incidente en cuestión siguen aferrados a la versión dada por Las Casas en el primer texto y aun cargan las tintas al suscribir la supuesta conni– vencia de los franciscanos con las autoridades y los encomende– ros de la isla Española. El "parecer" del padre Mejía La actitud de los franciscanos frente a las injusticias del sistema social implantado en Santo Domingo se volvió más dura y combati– va cuando tomó las riendas de la Provincia, como sucesor del pa– dre Espinar, fray Pedro Mejía de Trillo. Hacia el año 1517, el nue– vo Provincial emite, en nombre de los franciscanos de la Isla, un parecer donde vierte sus opiniones y propone algunas sugerencias en relación con el buen tratamiento de los indios. Mejía -hombre rea– lista- no está al servicio de ningún sistema social en sí. Lo que a él le interesa es el bienestar del indígena. Por eso comienza advir– tiendo que "es malo quitar los indios (encomendados) a los españo– les y es malo dejárselos". Lo primero, porque -piensa-, una vez conquistada la Isla, el indio dejado a su propio arbitrio se echa a perder. Lo segundo, porque, tal como se practica la encomienda, "en breve tiempo perecerán cuantos indios hay en estas tierras". Ante semejante situación, Mejía quiere salvar dos extremos qui– zás insalvables: la vida y la dignidad del indio, por una parte; el orden socio-económico ("las rentas reales") de la colonia, por otra. Para armonizar tan encontrados intereses y valores, sugiere que sea liberado de las garras de la encomienda el mayor número posible de indios (primero los llamados indios del Rey, después los de sus 45

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