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mitivo protagonismo de los conventos de las islas del Caribe pasa a los continentales de Venezuela, y la vieja provincia de la Santa Cruz de la Española, ahora llamada de Caracas, llega a un notable florecimiento en el siglo XVIII y en la primera década del siglo XIX. Durante todo el siglo XVI y primera mitad del XVII, tanto el antiguo convento de Santo Domingo, como los nuevos de Venezue– la, se nutren en gran parte de religiosos provenientes de España. Unas veinticinco expediciones -doce de ellas con un número que oscila entre doce y treinta y cinco sacerdotes- fueron despacha– das a Santo Domingo y a Venezuela entre 1530 y 1597. El flujo de religiosos peninsulares a la Provincia de la Santa Cruz se mantiene bastante fuerte a lo largo del siglo XVII -sobre un centenar-. A partir de 1698 la Provincia se autoabastece con vocaciones crio– llas. Frailes buenos, frailes simples ¿Qué extraño afán movió a aquellos frailes a abandonar sus tranquilos conventos de Andalucía, Extremadura y Castilla para lan– zarse a un enclave misional tan revuelto e inseguro como era enton– ces el Caribe? ¿En demanda de qué venían a las Indiás? La pregun– ta no es ociosa, pues no todos los clérigos navegaban a impulsos del Espíritu. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, quien, a fuer de buen reportero, fue también fisgón de conventos y sacristía, no tuvo reparos en levantar la liebre de la duda -precisamente desde Santo Domingo- con frases como éstas, no demasiado evasivas por cierto: "¿Pero qué diré yo, pecador, que como otros muchos he anda– do en estos trabajos buscando de comer para mi mujer e hijos, y no he dejado de ver en la misma ocupación muchos clérigos y frailes de todas las Ordenes y hábitos?... Los menos de estos padres he visto sin codicia ni menos inclinados al oro que a mí o a otros soldados, ni con menos diligencia procurarlo, pero con más astucia y silencio guardarlo... En la verdad hay monasterios de buenos religiosos, en especial en esta nuestra ciudad de San– to Domingo de la isla Española, en la Nueva España y en otras partes de estas Indias. En estos tales conventos sé cierto que hay toda honestidad y religión y personas conscientes y de mucho mérito y buen ejemplo; pero en los frailes y clérigos que andan por acá fuera de sus casas e iglesia, nones... ". El puntilloso cronista hizo muy cumplidos elogios de los fran– ciscanos que conoció en Santo Domingo. Bartolomé de Las Casas los calificó -limpiamente- de buenos en su conducta religiosa, encomio que es muy significativo en tan duro y prejuiciado crítico; 37
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