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Concepción de Chile. Después de su consagración, partió a las Indias en noviembre del mismo año. En Huamanga visitó a sus numerosos hermanos y familiares. Tras haber consagrado a Monseñor Francisco Verdugo en Lima, mientras éste tomaba el camino de Huamanga como su segundo obispo, él embarcó rumbo a Chile en compañía de trescientos soldados, como cuarto obispo de Concepción, la sede más austral y alejada de América. Finalizaba el año 1622. La ciudad de Concepción se reducía a una aldea con un cente– nar de casas, la mitad de ellas cubiertas de paja. Sus habitantes iban tirando mal que bien, ahilados por la pobreza y por las in– quietudes de la guerra. Las constantes asonadas y revueltas de los araucanos habían obligado a las autoridades a levantar trece forti– nes en la zona. La diócesis, más que atractivos, ofrecía problemas y desolación: cuatro parroquias, siete doctrinas y muchos indios rebeldes. No dis– ponían de seminario. Unos pocos jesuitas misionaban en Chiloé, Arauco y Talcamávida, quienes, aunque "hombres doctos y de vir– tud y de ejemplo", eran mal vistos por las autoridades civiles y mi– litares debido a los salarios que devengaban. En cuanto a los soldados de los fuertes, estaban "con hambre y desnudos". El nuevo obispo no contaba con medios económicos para mejo– rar la situación de la desolada diócesis. Para sustentarse, sólo dispo– nía de mil quinientos ducados, que le facilitaban el patrimonio re– gio. Pudo hacer frente a los gastos de viaje a Concepción, gracias a una limosna que obtuvo del Consejo de Indias. Siendo obispo vi– vió franciscanamente pobre. Pero nunca se quejó de su pobreza. Al contrario. Según el cronista Córdoba Salinas, mandó labrar una custodia con la vajilla de plata de la casa episcopal. Solía decir que su mayor riqueza era su hábito franciscano. El cargo no lo dis– tanció de la Orden. Iba con frecuencia al convento, a pedir la ben– dición al hermano guardián y darle su obediencia, besándole la man– ga del hábito. No promovió grandes obras, ni hizo cambios sensacionales en la diócesis. Sólo erigió cuatro parroquias y un pequeño seminario, que no pasó de provisional por falta de medios económicos. Se des– tacó por su entrega personal -generosa y activa- en la promo– ción misionera, recorriendo la diócesis de extremo a extremo. Visi– tó a los indios de Osorno, Valdivia y Chiloé. Animó a los misio– neros, en especial a los jesuitas de Chiloé, en cuyo archipiélago es– tuvo en 1625. Ningún obispo había estado allí en cuarenta y cinco años. 386

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