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La declaración de Solano, firmada de su propio puño, fue leí– da en los púlpitos de Lima, pero 1~ conmovidos limeños no se aquie– taron del todo. "Dejadlos -advirtió el virrey-, que esta moción es de Dios". En uno de sus últimos sermones -en el mes de octubre de 1609-, la figura de Solano aparece revestida de una fuerza sobre– humana. Predica en la capilla mayor del templo de San Francisco de Lima durante un fuerte terremoto. Hacía tres días que Lima esta– ba sacudida por intensos temblores. La tierra se agrietaba; se des– plomaban edificios; las campanas de los templos tocaban solas. En este ambiente de terror, la gente se refugia en San Francisco bus– cando el amparo de la fe. Solano predica a grandes voces, con un crucifijo en la mano derecha. Varios testigos han recc;igido algunas de sus frases: -No tengáis pena ni huyáis, Dios no nos quiere matar. -Estáis con nuestro Dios, con nuestro Dios estáis. Quiere que nos arrepintamos e hagamos penitencia. -La tierra tiembla, los templos se quebrantan y nosotros, tan duros. No quiere Dios hundirnos, sino que nos enmendemos. De pronto, el taumaturgo alza la voz y grita: -iManda, Señor, al aire y a la tierra que tiemblen! Ycomo si la naturaleza tuviera oídos -atestigua fray Buenaven– tura Córdoba y Salinas, que estaba en el templo-, "luego al punto comenzó otro temblor intensísimo... La gente daba voces y corrían todos a abrazarse con el santo". Al verlos arrepentidos, el siervo de Dios pide a la tierra que se aquiete. "Y sosegó al punto el tem– blor". Después de esta escena de grandiosidad telúrica, Solano, que an– daba por sus sesenta años, se retiró a la enfermería del convento de San Francisco. Largas plegarias. Breves paseos por el claustro. "Estoy preso por el Gran Rey -dice-. Estoy atado de pies y ma– nos". Nutre su espíritu con la lectura de la Biblia. Es un hombre hecho oración. Desde junio de 1610 no abandona el lecho. Le cuidan dos her– manos. No se queja. Está tan débil, que sólo se alimenta con unos sorbos de caldo, con un poco de agua azucarada. Se desprende de todo. Hasta de sus contados libros. Ora ininterrumpidamente. No– che y día. Ya nada pide. Sólo alaba y da gracias. "iGlorificado sea Dios!". Cuanto más se eleva en su espíritu, tanto más humano se vuel– ve. Bromea con un negrito. "Cuando estés en el cielo, te tornarás blanco". Cede a pequeños antojos: pide que le traigan una higadilla de gallina, un pejerrey. Alegre hasta el final. 370

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