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Ultimas años en Lima: las urgencias de la liberación humana y del amor divino En 1604, Solano regresa del convento de Trujillo al de la Re– coleta en Lima. Nombrado Guardián, en un lapso de tres meses pi– de once veces la renuncia del cargo. Liberado del mismo, en el mes de octubre de 1605 se traslada al gran convento de San Francisco, en la misma ciudad. ¿Motivos? Falta de salud. Pérdida del sosiego conventual por excesiva afluencia de gente seglar. Temor a los pe– ligros de la popularidad. En San Francisco ocupa una de las piezas de la enfermería. Un cuartito con una ventana al patio. Será la última celda que habite en su vida. Durante estos seis postreros años, la vida del santo es un in– cendio. El fuego de su espíritu se enardece, invade todo su ser, agi– ta su cuerpo e irrumpe como un volcán conmoviendo la ciudad en– tera. Luego, en los últimos meses, se apacigua y serena. Al fin, con la muerte, se apaga entre cantos de misteriosos pájaros. De tal modo le impulsa, incluso físicamente, Ia fuerza del espí– ritu, que el hermano Juan Gómez tiene que asirse a su cordón para no quedar rezagado cuando le acompaña por las calles de Lima. El fervor le empuja a predicar en los hospitales, en las cárceles, en las esquinas de las calles, en los ángulos de la Plaza Mayor. Subido a un poyo, a grandes gritos, con una cruz en alto, exclama: -"Mirad que tenéis buen Dios. Mirad que pasó pasión y muerte por noso– tros. ¿Quién no os ama, Señor? Pues digno sois de ser amado". Se introduce en los corrillos, y dialoga con los transeúntes. Rom– pe a llorar en los púlpitos mientras proclama el amor y el dolor de Cristo crucificado. Invita a los niños -sus "angelitos"- a alabar a Dios. Luego vuelve al convento, seguido muchas veces de gran– des contingentes del conmovido auditorio, y se encierra en su cel– da para orar y disciplinarse hasta la sangre. En una ocasión -lo cuenta fray Jerónimo Bohorques-, le invade de tal forma el ardor del amor divino, que sale disparado de su celda, con el rostro en– cendido, dando descompasados brincos por el claustro y gritando, en latín, "Bendito sea el nombre del Señor. Bendigamos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo", hasta que tropieza violentamente con un hermano, con quien queda abrazado, fuera de sí. Si en alguien se ha manifestado ostensiblemente la fuerza arro– lladora del amor de Dios es en san Francisco Solano. En él demues– tra ser verdad la afirmación bíblica de que el amor echa fuera el te– mor. Sin asomo de aprensión, con una libertad rayana en temeridad, el esmirriado frailecito se presenta en los "corrales de comedias" de Lima, donde volantineros, prestidigitadores, bufones, espada– chines, galanes y farsantes divierten a la gente. Sube al tablado, exhibe su cruz con la pintura de Cristo y grita a la concurrencia: 368

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