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ba- serenaba las conciencias, sanaba las almas enfermas, esforzaba los flacos y les daba paz y seguridad". El limeño Ambrosio Ortiz de Arbildo, atribulado por angustiosas preocupaciones, entra en el claustro del convento de San Francisco en busca de un poco de paz. Acierta a pasar por su lado el santo. Lo detiene y dice sin más: -Mire que le quiere mucho Dios. Sírvale y no le ofenda. Don Ambrosio salió del claustro con el corazón completamente sereno. Fray Juan de Azpeitia, a pesar de sus altos saberes de sesu– do teólogo y de sus notables cualidades de Superior -fue muy Re– verendo Padre Provincial-, no estaba inmune a molestas rachas de– presivas. Una de ellas le abatió peligrosamente en el convento de Trujillo. Estando una noche perdido en sus cavilaciones, llamó a su celda el santo. -¿Qué le pasa, Padre? -preguntó Solano. -Nada. - Mire, Padre, que todo se sabe. Y sin más preguntas ni consejos, saca de la manga su rústico rabel y, con voz suave y entonada, canta dos breves coplas: una a la Virgen y otra al Niño Dios. El padre Azpeitia quedó con el alma curada y la boca abierta... A medida que profundiza en el amor de Dios y en el dolor del hombre, Solano se hace más comprensivo y humano con los demás y... consigo mismo. En Lima, él, tan rígido penitente, pide a fray Diego Sánchez que le permita colocar los pies sobre una tablita, no mayor que un ladrillo, para aislarlos del frío piso del coro. En Trujillo, consiente que su bienhechora Catalina Gómez le aderece verduras para su delicado estómago. Acepta una almilla -especie de jubón ajustado al cuerpo- que le regala su amigo Pedro de Ol– mos para que pueda abrigarse. Exhorta a unos soldados a que no ofendan más a Dios y luego les pide perdón por el atrevimiento... A unos religiosos estudiantes aconseja que no pierdan la salud, como él, con penitencias exageradas. Nombrado guardián del convento de Trujillo, nada exige a sus súbditos que primero no haya practicado él. Es el primero en acu– dir a los actos de comunidad. El primero en obedecer. Sobre todo en obedecer. Porque "quitada la obediencia del fraile, se pierde la frailía". 367

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