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Como en san Francisco de Asís, la espiritualidad de san Fran– cisco Solano tiene una dimensión humana y poética que la hace en– cantadora. En el huerto del convento de Trujillo alaba a Dios rodea– do de pájaros, a los que llama "compañeritos". El militar Fernando Avendaño le sorprende más de una vez gozando de la belleza del huerto conventual, de sus "árboles, hierbas y pájaros", con el rostro "alegrísimo", con un rabel en la mano. Si san Francisco tiene amores con la Dama Pobreza, el santo de Montilla lleva música, por las no– ches, a una "Dama muy hermosa" que le aguarda, oculta tras un velo, en el altar de la iglesia de Trujillo: la Virgen María. Ante ella salta y canta como un enamorado. Le entona "chanzonetas" y coplas. Una de ellas, especie de saeta andaluza que le oye cantar el padre Fran– cisco Gordillo en el coro del convento trujillano, dice así: "En la tierra estoy y del cielo vengo; si no son amores, no sé qué me tengo". A la par que su experiencia de la bondad de Dios le vuelve pe– nitente, enamorado y juglar en una pieza, su contacto con la pobre– za y el sufrimiento del hombre le hace maternalmente compasivo y servicial. En Trujillo visita el hospital dos o tres veces cada semana. Impone las manos a los enfermos; les explica el Evangelio; les ha– ce regalos. En Lima, conforta a los indios enfermos del hospital San Andrés tomándolos de las manos. Cuida a Diego de Astorga, ma– yordomo de la iglesia limeña de Santa Ana, sin separarse de su la– do desde el amanecer hasta la media tarde. En Trujillo entabló una particular amistad con la familia Sán– chez. Diego Sánchez era herrero. Su esposa, María Ortega, bene– factora de pobres y desamparados. El santo acudía a su casa con cier– ta frecuencia en demanda de alimentos y medicinas. Picada por la curiosidad, María le preguntó dónde iba con sus mangas llenas de regalos. -Donde una enamorada que tengo fuera de la ciudad- con– testó Solano. La tal enamorada era una pobre leprosa, herida de pies a cabeza por la repugnante enfermedad, que vivía, solitaria, en un cuartucho. El santo la curaba, le barría el aposentillo y le daba de comer con sus manos. Solano no visitaba a los enfermos por salir del paso. Los servía con una entrega total. Para atender mejor a la madre del cronista fray Diego Córdoba Salinas, enferma de cáncer, se quedó a dormir en su casa varias noches. No menor caridad despertaban en el corazón del santo los su– frimientos morales. "Con dos razones -escribe el cronista Córdo- 366

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