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Así se comprende que, en 1601, nombrado secretario del pro– vincial fray Francisco de Otálora, se sienta como pez fuera del agua. Sacado bruscamente de sus hábitos de vida contemplativa, se en– cuentra extraño, perdido en el revuelto mundo de la burocracia eclesiástica. Renuncia antes del año. Sólo cuando, libre de todo car– go, se establece en el apacible convento de Trujillo, recobra la paz y el equilibrio. Fruto de éste su continuo rumiar los misterios de la fe es la lla– ma que arde en su interior, el fuego del amor divino que le quema las entrañas. Y la imagen del fuego es la más apropiada para des– cribir su vida espiritual. Hallándose en la cocina del convento de la Recoleta, preguntó por qué hervía una olla que estaba puesta al fuego. -Por eso -le contestaron-, porque está puesta al fuego. -Espántome -exclamó el santo- cómo no nos abrasamos y an- damos hirviendo en amor de Dios, considerando un tan gran Señor como tenemos. Pequeñas anécdotas como ésta; frases que se le escapan a Solano y son recogidas como a vuelo por sus compañeros; piadosos fisgo– neos de frailes que, ocultos en las sombras de la noche, tras las co– lumnas de los claustros o de las capillas, espían al santo orante, permiten hacernos una idea, aunque sea borrosa, del ardor de su espíritu. Por encima de todo otro sentimiento, en san Francisco Solano prevalece el del amor. Su espiritualidad es típicamente seráfica. "Amad a Dios, hijos, amad a Dios". Con estas palabras exhorta constantemente a cuanto fraile o seglar encuentra a su paso. "iBuen amigo! iBuen amigo es Dios!" -dice a fray Jerónimo Manuel. La bondad divina le saca de sus cabales. "iQué buen Dios tenemos! iOh Dios mío, qué lindo sois, cómo me huelgo de que seáis mi Dios!" -le oyen decir durante un arrobo. El amor le lleva con frecuencia a querer expiar las ofensas que contra Dios se cometen. "iAy, Señor! ¿Quién te ofende? ¿Quién te ofende, mi Dios?", -exclama en la capilla mayor de la iglesia con– ventual de Trujillo, de noche, con los brazos en cruz. Luego se tien– de en el suelo, rostro en tierra. Su oración es preferentemente de alabanza. "Glorificado sea el Señor" es su habitual jaculatoria. Aun en las enfermedades más in– sufribles da gracias. "No abría la boca sino para dar gracias" -de– clara su enfermero fray Alonso de Cueto. A veces su hervor interior aflora al rostro. Fray Juan de Vedia lo ve en cierta ocasión "con el rostro encendido, colorado como una grana, las mejillas mojadas de lágrimas, y los ojos con un espec– táculo fervoroso y sobrenatural". 365

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