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del misionero y por los azotes de los flagelantes en la procesión del Jueves Santo del año 1593. De La Rioja pasa a Córdoba y de aquí a Santa Fe de Cayastá. La tradición le hace llegar hasta Paraguay y Buenos Aires. No hay datos históricos ciertos al respecto. De San– ta Fe regresa a Córdoba y, pasando por Santiago y San Miguel, sube a Salta, camino -otra vez- de Lima. El apostolado de fray Francisco Solano en tierras de Tucumán dura unos cinco años. De doctrinero e itinerante. -De Custodio sólo se mantiene un año-. En ese lustro, establece contacto con indios lules y tenocotes, que comparten el inismo idioma; con diaguitas, que hablan el kakan; con los comenchingones de Córdoba y los pu– mamarcas de Jujuy; quizás con los belicosos omaguacas y calcha– quíes. Para predicar a gentes de tan diversas hablas, el santo gozó del don de lenguas. Por las declaraciones juradas que obran, este ca– risma de Solano es tan cierto, que, según el historiador Leonhard Lemmens, no tiene parangón "en toda la historia de las Misiones". Pero no todo fue milagroso en el Apóstol del Tucumán. En el tena– cote se inició con Andrés García, encomendero de Magdalena de Cocosori, y unos cinco meses le llevó el aprendizaje del kakan. En sus largos viajes por las rutas recién abiertas del Tucumán, Solano alterna con personas de toda calaña y pelaje. Camino de San– ta Fe a Córdoba, marcha con dos soldados asesinos y maldicientes. De San Miguel a Salta va en medio de una tropa, tan bien arma– da como revuelta, de indios, negros, españoles, caballos y mulos. En La Rioja conoce a un buen encomendero, el señor Juan Her– nández, futuro fraile en Lima, y a un cruel capitán de indios, el señor Domingo de Otazu, a quien amonesta en público. Con todos se muestra respetuoso, pero también soberanamente libre. Saluda con un abrazo al Vicario de La Rioja, el judaizante portugués Ma– nuel Núñez _Magro de Almeida -condenado más tarde por los tri– bunales de la Inquisición de Lima por encubridor de herejes y após– tata- pero, al marcharse, le dice entre enigmático y admonitorio: -Ah, fiscalillci de Dios, que andáis buscando las armas por estos montes! Advierte a Pedro de Alcaraz que, por haber dado un ladrillazo al Padre Administrador del Obispado, en Santiago del Estero, ha incurrido en excomunión. Pedro de Alcaraz confiesa, y expía su culpa. Ni la oración ni la penitencia sufren merma en el Solano iti– nerante. El mercedario fray Andrés de Izaguirre, que le acompaña en su viaje de Santa Fe a Córdoba, observa que, después de la oración, su rostro adquiere "particular grandeza de hermosura". Su régimen alimenticio es tan austero en el camino como en el convento. Yendo en cierta ocasión a Santiago del Estero, dio de ce- 362

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