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donde estuvo la celda de san Francisco Solano, el lugar privilegiado de sus encuentros con Dios. "Andaba tan lejos de sí como cercano a Dios, y Dios tan a su mano y tan a su cargo, que presidía en su alma y regía sus afectos" -escribe de él fray Diego de Córdoba Salinas, el gran cronista fran– ciscano que le trató personalmente. Gustaba de orar -añade el mis– mo autor- "puesto a lo largo sobre la tierra en modo de cruz, la boca sobre el polvo, hablando con Dios de lo íntimo del corazón, con profundísima humildad". Para tales efusiones de devoción, el santo necesitaba el silencio de la celda, la soledad de la iglesia, la oscuridad de la noche. Solano alterna la oración con rudas penitencias. Testigo, fray Juan de Castilla, que convive con él por cuatro meses en Esteco. As– peros silicios. Crueles disciplinas. Sin embargo, nunca las peniten– cias lo deshumanizan. Este asceta tan recio consigo mismo admite sus límites de hombre y, cuando le aprietan demasiado los dolores de estómago -cuenta el citado testigo- pide "muy pasito" que, por amor de Dios, le dé un trago de vino... Tanto la oración como la penitencia le mueven a ponerse al ser– vicio de los marginados de Esteco: los indios. Los evangeliza con su ejemplo y bondad más que con "muy retóricos sermones", como ad– vierte el cronista Córdoba. Les atiende como doctrinero durante dos años, en especial a los de Socotonio. Más tarde, oprimidos por el sistema de la encomienda, los in– dios de Esteco terminan por rebelarse y huir. Unos hacia el Chaco: otros, hacia los secadales de Salta. Cuando, a principios del siglo XVIII, regresan a sus antiguos dominios, aún traen al cuello cruces de madera y un vago recuerdo de la doctrina y buen ejemplo que sus antepasados recibieran de san Francisco Solano. Nombrado custodio en 1592, Solano abandona Esteco y se dedi– ca a recorrer los pequeños conventos de Santiago, San Miguel, Cór– doba, Salta, La Rioja, Jujuy... Visita y anima a los frailes que, se– gún el testimonio de 1586, son "muy buenos cristianos" ... Pero, pues– to a escoger entre su nuevo oficio de Custodio de frailes y el de mi– sionero de indios, prefiere éste. "Aunque yo soy Custodio -dice al señor Vicario de La Rioja-, no siento en mí las partes que se re– quieren para serlo. Y ansí, no uso dello; ocúpome por estos montes en la conversión de los indios". Ejerce su ministerio itinerante en el Tucumán entre 1592 y 1595. En San Miguel, abandona el bullido de la ciudad -se lidia– ban toros- y se va a las rancherías de los indios. Estos "se le hin– caban de rodillas a besarle el hábito y las manos". En Santiago del Estero pacifica a algunos juríes alzados. En La Rioja convier– te unos nueve mil diaguitas, conmovidos por las fervientes palabras 361

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