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catecismo. Ningún vocabulario indígena. Sólo se conservan dos cartas suyas, por demás, sencillas y de corte piadoso. No inventó métodos misionales ni construyó iglesias. Ni siquiera en la fundación del convento de los Descalzos de Lima tuvo él la iniciativa. En cuanto al número de indios que evangelizó, muchos misioneros le superan. ¿A qué se debe, pues, la fama de que goza, la aureola de entu– siasmo popular que le rodea? Más que en la línea de su acción y de sus éxitos apostólicos, la respuesta está en la santidad de su vida. El proceso de su beatificación se abre a los quince años de su muer– te, en 1625. Cuatro años después, en 1629, la ciudad de Lima le declara su patrono a instancias del pueblo. En 1683 se instruye la causa para canonizarlo, y en 1726, el papa Benedicto XIII lo pro– clama santo. Que la actividad externa, aun la apostólica, revestía para él un valor relativo se entrevé ya en la conducta que observa durante su viaje a América. Pasa a las Indias en el año 1589 -cuenta ya cua– renta de edad-, conducido por fray Baltasar Navarro, Custodio del Tucumán. Va "con celo de la conversión de las almas", pero -la ló– gica de los santos corre por cauces muy peculiares -antes de lle– gar a su destino, lo que más anhela es padecer martirio. Cuando de– sembarca, en efecto, en la isla Dominica, en el Caribe, canta y da voces y palmotea para que los indios lo descubran y le den "mar– tirio por Nuestro Señor". Durante el naufragio que los frailes expedicionarios sufren en la isla colombiana de Gorgona, se van a pique los libros y el vestua– rio que el padre Navarro adquiera en España por once mil trescien– tos setenta y tres maravedíes. En ningún momento los echa de menos Francisco Solano. Tal parece que los medios materiales, in– cluso los más necesarios, no le dan frío ni calentura. Como tampo– co su propia salud. La pierde en el citado naufragio, pero no se afa– na en recuperarla. "Siempre andaba muy enfermo", declara un tes– tigo. En cuanto a las energías físicas, imprescindibles en toda labor misionera, a Solano le traen sin mayor cuidado. La ruta que lleva a los nuevos apóstoles desde Lima hasta el Tucumán-Huancayo, Jau– ja, Ayacucho, Cuzco, lago Titicaca, La Paz (Chuquiabo), Potosí, Ju– juy, Salta, Santiago del Estero- es larga y fatigosa más allá de lo imaginable. El previsor padre Navarro alquila diecinueve caballos para la expedición, pero Solano no monta en ninguno de ellos. Atraviesa los Andes "a pie por todos estos caminos desde Lima, que son agrios de mucho trabajo". Para él, la fatiga y el deterioro del cuer– po pueden ser instrumentos de apostolado tan válidos como el des– canso o la robustez física. Porque el secreto de la eficacia no está 358
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