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Con salud muy quebrantada, pero con ánimo entero; casi del todo ciego, pero con la mente lúcida, fray Luis pasa sus últimos años en el convento de Buenos Aires. Aquel joven diácono, a quien su mentor fray Alonso de San Buenaventura llamaba "mi ángel", era ya un venerable patriarca, cargado de sabiduría y de méritos, pero capaz siempre de ternura. Refiriéndose, en efecto, a su discípulo martirizado fray Juan de San Bernardo, dice, no sin nostalgia, que se acordaba de una carta que le había escrito desde la reduc– ción de Ytá, en la que le llamaba su Guardián y Señor y, de rodillas, le pedía la bendición. "Que me enternece mucho con estas palabras". Fray Luis Bolaños falleció en Buenos Aires, el día 11 de oc– tubre de 1629 rodeado de sus hermanos de hábito, fieles continua– dores de la gran obra de las reducciones y doctrinas indias que él ini– ciara. Contaba ochenta y nueve años de edad. Debido a su exitosa labor reduccional, la Historia lo ha consagrado como uno de los grandes apóstoles y civilizadores de la América Latina. 355
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