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rá afirma que cuando Ñamandú hizo la tierra, era todo bosques y que, para transformarlos en praderas, envió al saltamontes. Desde entonces, el tucú celebra con sus chirridos la aparición de los pra– dos... No es fácil determinar hasta dónde ciertas creencias y mitos ancestrales pudieron predisponer a los tupí-guaraníes a acoger a los misioneros. De los carijós de la costa de Brasil sabemos que, gra– cias a sus leyendas sobre los pai-zumé o grandes hechiceros, reci– bieron favorablemente a los padres Armenta y Lebrón. De los tu– píes escribió Staden que se rapaban la parte superior de la cabeza dejando alrededor una corona de cabellos al estilo de los frailes. Decían ellos que semejante forma de recortarse el pelo la aprendie– ron de sus antepasados, los cuales, a su vez, la habían copiado de una especie de extraño profeta o apóstol que hiciera muchos mila– gros entre ellos... Significativamente, una obra escrita por Louis Né– cker sobre las primeras reducciones del Paraguay habla de los "Cha– manes franciscanos". Por lo demás, ni Alonso de San Buenaventura ni Luis Bolaños procedieron a la ligera en la evangelización de los nativos. Hablan– do de los criterios que había observado al bautizar a los infieles, Bolaños, en una larga carta firmada por él el día 31 de marzo de 1628, recuerda que si un indio quería bautizarse sólo por imitar a su cacique, y no movido por un sincero deseo de salvarse, no de– bía ser bautizado. Los tales, según Bolaños, son indignos del sacra– mento, "y no se les debe dar, ni a los caciques tampoco, sino dejar– los, enseñándoles en la fe y eficacia del bautismo, y aguardar que Dios los convierta". No, Bolaños no recorrió el Paraguay repartiendo sonrisas ni prometiendo paraísos fáciles. Nunca fue complaciente a costa de la verdad o de la moral. Si los indios aceptaron la exigente doctrina cristiana que les predicaba, si se sometieron a las duras condiciones de la vida reducida que les proponía, es porque vieron en él, ade– más de su santidad, ciertas cualidades personales que le hacían dig– no de crédito y confianza. Brilla en él una inteligencia clara, ordenada, exigente en las pruebas o argumentos. En la carta que dirige en 1628 a fray Juan de Gamarra deja entrever su costumbre de estudiar a fondo las cuestiones, de agotar los recursos. A fin de hacerse con una opinión segura echa a mano de la lectura, consulta a personas autorizadas. Para cerciorarse, por ejemplo, acerca del proceder a seguir en cier– tos casos matrimoniales de indios, estudia las soluciones que da el moralista Tomás Sánchez y recurre al jesuita -gran amigo suyo– Marcial de Lorenzana. Discute las opiniones; las coteja con sus experiencias de misionero. 352

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