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doctrinas erigidas por ellos fueron entregadas a los padres jesuitas, estos comprobaron -admirados- que los guaraníes conservaban vivísimos el recuerdo y la simpatía de sus primeros evangelizadores. El padre Juan Romero, por ejemplo, declaró en 1610 que los indios le decían: "Aquí nos enseñó el padre fray Alonso; aquí, sobre esta peña, se ponía a orar". Por la misma época, los jesuitas Griffi, San Martín y Señá informaron que en Atirá e Ypané eran recordados con singular afecto los dos apóstoles franciscanos. Tampoco en las selvas orientales del Guairá, habitadas por los tupíes, se había per– dido en 1618 la memoria de los dos arriesgados misioneros. Así lo testificó en dicho año el capitán Pedro Obelar. La principal razón de la buena acogida que los indígenas dis– pensaron a los dos inermes misioneros se fundamenta en la forma de vida que estos observaban. El cronista Diego de Córdoba Salinas pone de relieve su vida santa y pobre, sacrificada y sencilla. La figu– ra ascética y humilde, pacífica y bondadosa de los dos franciscanos desarmó de inmediato a los recelosos indígenas y cautivó su cora– zón, disponiéndolos a aceptar la fe cristiana. El capitán Pedro de Izarra, que en más de una ocasión acompañó a fray Luis Bolaños en sus correrías por las selvas, manifestó que éste se sustentaba con sólo maíz cocido y tubérculos. En cuanto a su vida de oración, el reli– gioso fray Raimundo de la Cruz declaró que era "muy profundo en ella, tanto que, muchas veces, lo veían los indios elevado al aire con el rostro resplandeciente, y por ello unos le llamaban el hechi– cero de Dios y otros lo tenían por tal". Bolaños era para los guara– níes el enviado de Tupá, del Tupá de los cristianos. La aureola de leyendas con que Bolaños ha pasado a la historia -hace brotar una fuente de agua viva en Caazapá, navega sobre un tronco haciéndole de vela su manto, amansa tigres, detiene las aguas del lago Ypacaraí- no es más que el reflejo del asombro que causó entre los indios su admirable santidad. Su colaborador y ami– go, el gobernador Hernandarias, le llamaba "varón verdaderamente apostólico" y, ya al final de sus días, "el santo viejo". Contraseña de paz y distintivo de santidad y pobreza fue el há– bito de los dos franciscanos. El de Bolaños debía de ofrecer un as– pecto bastante singular, descolorido como estaba siempre y cubierto de remiendos. Se dice, en efecto, que no lo mudó durante treinta años... Debido, sobre todo, a la forma de la capucha, los indios vieron en el hábito franciscano cierto parecido de la figura del saltamontes, del tucú, y fray Luis Bolaños fue apodado entre ellos Paí Tucú, Pa– dre Saltamontes, Chamán Saltamontes. No hay que olvidar que el tucú es un animal mítico en lastra– diciones religiosas de los guaraníes. Un texto de los Mbyá del Guai- 351

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