BCCCAP00000000000000000000764

Ya por esta época, en 1521, el traficante de esclavos Juan Ra– mallo merodea por las costas del sur de Brasil sembrando violen– cia. En 1536 llega Pedro de Mendoza. Trae una armada de trece na– víos y un millar de hombres. Su lugarteniente Juan de Ayolas, al mando de ocho bergantines y de cuatrocientos soldados -entre ellos nuestro informante Schmidl- sube por el Paraná y entra en el te– rritorio paraguayo. Sus primeros tanteos de convivencia amistosa degeneran pronto en batallas y actos de violencia, que Schmidl des– cribe con ingenua sinceridad. Es significativo, por ejemplo, el moti– vo que, según el cronista alemán, aducen Juan de Ayolas y sus sol– dados para combatir a los guaraníes en Lambaré: "pues la tierra y la gente nos parecieron muy convenientes, junto con la manuten– ción". No en vano habían observado que los indígenas cultivaban maíz, mandioca y batata, y que poseían pescado, carne, guanacos, puercos, gallinas y gansos "en divina abundancia". Tras la batalla, los derrotados guaraníes brindaron a los vencedores víveres y mu– jeres. Además de la saca de mujeres que practican desde el principio, los españoles reclutan guerreros entre los guaraníes y los lanzan contra sus enemigos, los agaces. Refiriéndose a una de estas batallas trabadas por la coalición española-guaraní, anota Schmidl: "Dimos muerte a hombres, mujeres y aun a niños... y les hicimos un gran daño". Ayolas muere en una de sus entradas a los indios maiperús y payaguás. Mientras tanto, van llegando nuevos personajes al enclave paraguayo. Juan de Salazar levanta una fortaleza en Asunción en el año 1537. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que llega en 1542, gue– rrea sin compasión. Hablando de una de sus batallas contra los su– rucusis, Schmidl confiesa que los soldados -él entre ellos- mataron a cuantos pudieron dar alcance y, después de haber cautivado unos dos mil entre hombres, mujeres y muchachos y niñas, quemaron el pueblo y se apoderaron de todo lo que tenían. Schmidl reconoce que "les hicimos una injusticia". Domingo Martínez de Irala, con la ayuda de los yapirus, ven– ce a los guaraníes o carios, amigos tradicionales de los españoles, sublevados ahora. El aventurero alemán, testigo, una vez más, de los horrores de la guerra, confiesa que "matamos los hombres que pudimos alcanzar" y que sus aliados, los yapirus, recogieron un rico botín: mil cabezas de guaraníes. Al factor desintegrador de la guerra se añade el de la enco– mienda, que destruye en su misma raíz la familia y la comunidad indígenas. Domingo Martínez de Irala, quien, en 1556, reparte en encomienda veinte mil indios entre trescientos veinte españoles, re– conoce que desde el principio de la conquista los guaraníes entrega- 340

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz