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con macanas y arcos de dos metros de envergadura; cultivan man– dioca -mandioca poropí y mandioca pepirá-; practican el arte de la cestería, del tejido y de la cerámica. "No hay división de bienes entre ellos -observa Staden-. No tienen idea del dinero. Sus riquezas son plumas de pájaros". El ré– gimen económico de los tupí-guaraníes es comunal. Eficiente en la producción de víveres. Almacenan para casos de emergencia. El cacique no es vitalicio. Asistido por un consejo de ancianos, su misión se reduce a ser el "hacedor de la paz". Las tribus se con– federan bajo un jefe en casos de guerra. El chamán o paí mantiene los mitos religiosos, la moral y las tradiciones. Se inspira con el canto y el baile. La maraca -una es– pecie de sonaja- no es sólo para marcar el ritmo del baile, sino tam– bién para evocar los espíritus. En el seno de la gran familia tupí-guaraní se dieron ciertas cu– riosas manifestaciones de éxodos religiosos provocados por los ka– raí o profetas de la selva, conductores inspirados que removían de tiempo en tiempo la vida de las tribus prometiéndoles el yvi Maray o tierra sin dolor ni desgracia, un paraíso que se encuentra más allá del océano... Los primitivos textos míticos guaraníes, recogidos por modernos etnógrafos como León Cadogan, reflejan una gran belleza y una sor– prendente sabiduría. El dios creador es Ñamandú, "nuestro Padre, el Primero, el que antes de haber creado su futuro paraíso existía ilu– minado por el reflejo de su propio corazón". La ascética de los Mbyá enseña que los que oran no se encole– rizan; que todo aquel que, como Chiku, canta, danza, ora y se dedi– ca a pedir inmortalidad, obtiene la perfección y su corazón se ilu– mina con el reflejo de la sabiduría. No son menos bellos ciertos tex– tos provenientes de los paí tavytera. A pesar de tan bella literatura -influenciada, sin duda, por el Cristianismo- el mundo de los tupí-guaraníes no era ciertamente un paraíso. Ya Staden había observado que su mayor ambición era prender y matar enemigos. A mayor número de víctimas, más alta nobleza de espíritu... Schmidl informa que un indio vendía sin ma– yores escrúpulos a su mujer, hija o hermana por una camisa o un cuchillo. Refiriéndose a los tupíes, escribe que guerrear, comer y emborracharse es su única ocupación. Que son orgullosos y alta– neros. Las vivas descripciones que Staden hace de la muassarana o cordón de la muerte, del iwera pemme o macana mortal y de los ritos que usan en el país de "salvajes, desnudos y feroces caníba– les" no son precisamente un elogio del indio inocente y feliz con 338

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