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A cuenta de esta bastante bien surtida despensa, los frailes que condujo el padre Espinar podían defenderse durante la larga trave– sía con buenas raciones de nutricios potajes de garbanzos, lente– jas y arroz, seguidos de un plato de pescado en escabeche o sardi– nas ahumadas, y acompañado todo ello de un chusco de pan y un respetable vaso de vino, y -al menos en los días feriados- de que– so, membrillo y almendras como postre. El que menos pudo gozar del menú fue precisamente fray Alonso de Espinar. Tan enfermo se hallaba al embarcarse, que tuvo nece– sidad de reservarse una cámara -muy amplia, por cierto- al costo de 14 ducados. Pero ni siquiera la relativa comodidad de aquella cámara -era la primera vez que a un fraile se le concedía tal pri– vilegio- le sirvió de mucho, pues, según anotó un oficial de la Casa de Contratación, "murió en medio de la mar" durante aquel mismo viaje del año 1513. Los frailes que acompañaban a fray Alonso pasaron por el duro trance de tener que sepultar a su padre y Superior en el océano, le– jos por igual de la paz de los claustros que habían dejado en Espa– ña y de los afanes fundacionales que les aguardaban en América. Pero la misión que llevaban entre manos estaba más allá de los sen– timientos y de la suerte -feliz o adversa- de los individuos, y la expansión franciscana en el Caribe no se detuvo con la muerte del padre Espinar. Era ya la Orden como institución la que estaba com– prometida en la aventura de las Indias. Los objetos que desembar– caron en Santo Domingo los frailes reclutados por el fallecido Pro- Flota de carabelas españolas. Grabado impreso en Estrasburgo en 1505. Ilustra una de las cartas escritas por Américo Vespucio con ocasión de sus viajes de descubrimiento a las Indias. 32
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