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Tras la desoladora avalancha de la violencia, el país queda "a pique de perderse" -en frase de un informe escrito por los fran– ciscanos a raíz de los tristes hechos. Sin gente, sin caballos, sin comida. Mientras los araucanos -confiesa el citado informe- des– cuellan tras la guerra "soberbios y muy grandes soldados, superio– res en todo a nuestra gente". Para entonces, fray Juan de Torralba había muerto. Quizás a fines de 1588. Tal como él advertiera a tiempo, la violencia no pu– do ser atajada con la violencia. Se creyó erróneamente que la paz es fruto de la guerra y no de la justicia. Hacer caso de los avisos y denuncias de un crítico de la violencia, como fray Juan de Torral– ba, hubiera ayudado más a la causa de la paz que los arcabuces de los mercenarios. Así lo consignó en La Araucana el genial Alonso de Ercilla: Otro escuadrón de amigos se me olvida, no menos que nosotros necesarios, gente templada, mansa y recogida, de frailes, provisores, comisarios, teólogos de honesta y santa vida, franciscos, dominicos, mercedarios, para evitar los insultos de la guerra, usados más allí que en otra tierra. 335
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