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a pesar de que las continuas guerras dificultaban tanto el apostolado como la convivencia entre los indios. Hacia 1584, cuatro francis– canos catequizaban a los nativos en su propio idioma. Los conven– tos de Osorno, Valdivia y La Imperial abrieron misiones y doctrinas de indios. El provincial fray Juan de Vega, autor de una gramática en lengua indígena, fue visitador de indios encomendados. Fray Die– go de Medellín, obispo de Santiago de Chile entre 1574 y 1593, alzó la voz a favor de los indígenas empleados en las minas. Uno de los colaboradores más fieles y decididos con que con– tó el padre Torralba fue fray Cristóbal de Rabaneda. Este suscribe todos los informes y avisos que aquél redacta en defensa de los na– tivos. Cuando el extremista y exaltado fray Gil González, dominico, proclama que "los indios que se han alzado han tenido justicia al alzarse", Rabaneda se pone de su parte. Guardián del convento de San Francisco de la ciudad de Santiago, del de Concepción y Val– divia, Definidor, Visitador y Provincial, "varón de excelentes virtu– des", nunca rehuyó la defensa de la justicia. La violencia llama a la violencia Los últimos años de la vida de fray Juan de Torralba fueron tensos, dolorosos. En 1571 se queja de la "suma penuria" que pade– cen en Chile los religiosos. A la pobreza se junta la soledad, pues nadie quiere ir "a este rincón del mundo", dice. Numerosos pue– blos están desprovistos de clérigos y frailes, y los pocos que quedan se ven obligados a multiplicar sus servicios. Por otra parte, la guerra no cesa. Al contrario, según se prolonga, el olor de la aventura atrae a soldados y mercenarios experimentados en otras guerras. El paci– fista Torralba ve -con indecible dolor- que, a medida que corren los años, el horizonte se carga de nubes cada vez más amenaza– doras. En el año 1583 toma el mando de la gobernación de Chile un militar que sólo cree en la razón de las armas: Alonso de Sotoma– yor. Enemigo de su humanista predecesor Martín Ruiz de Gamboa, defiende a los encomenderos y declara guerra de exterminio a los in– dios sublevados. Estas actitudes exacerban los ánimos de los arau– canos, que se unen en un frente común. En 1599 estalla la terrible rebelión general, en la que los indios arrasan ciudades y desbara– tan los ejércitos españoles con un ímpetu incontenible. Siete ciuda– des quedan totalmente destruidas ymuy afectadas otras cinco. La ca– pital Santiago sufre un furioso embate de cuatro mil indios. De los once conventos franciscanos, sólo seis quedan en pie. El padre Pro– vincial, Juan de Tovar, es ultimado junto con el gobernador Martín García de Loyola y dos frailes más. 334

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