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les". Recuerda que los indios le temían -mandó ajusticiar al céle– bre Caupolicán-, pero que también le apreciaban. Hurtado de Men– doza suavizó notablemente el régimen de la encomienda. Nuestro fraile contestatario ataca también a Bravo de Saravia, presidente de la primera Real Audiencia de Chile. Informado a tiem– po de los agravios que sufrían los indios, "ninguna cosa remedió" según Torralba. Al contrario, empeoró la situación de los indí– genas. En un plano más general, Torralha censura la guerra que los españoles han desencadenado en Chile. La califica de "cruel". En unión de sus hermanos de hábito, en cuyo nombre el Padre Pro– vincial fray Juan de la Vega suscribió un Parecer sobre la libertad de los indios en el año 1567, sostiene que la conquista de América se justifica únicamente si con ella se procura la conservación, el buen trato y la conversión al Cristianismo de los nativos. Las raíces de la violencia La reacción contra las denuncias de Torralba y sus hermanos de la Orden no se hace esperar. En 1568, Saravia escribe a la Corte que los frailes, "mayormente de la Orden de San Francisco", ayudan poco a la causa de la conquista, pues predican que la guerra es in– justa y se niegan a oír en confesión y absolver a los soldados. Atacado por los organismos oficiales, fray Juan de Torralba tra– ta de probar que la verdad está de su parte, alegando que él actúa con total desinterés económico y sin ambición personal alguna, mientras que sus contrincantes envían "cartas de acá y oro para su majestad". Más dignos de crédito son -advierte- los "pobres reli– giosos", que "los que llevan oro" y a nadie escapa "cuán diferentes son los intereses" de unos y de otros. Desconfiando, al parecer, que sus argumentos sean suficientes para convencer a la Corte, recurre en busca de apoyo a fray Barto– lomé de Las Casas, a quien, en unión de los padres Rabaneda y Car– vajal, escribe en el año 1562. Torralba coincide en muchos puntos con el ideario de Las Casas. Ha leído -confiesa- un "tratado" escri– to por el gran protector de los indios. Pide al obispo dominico que in– terponga sus buenos oficios ante la Corte para conseguir que se esta– blezca una Real Audiencia en Chile, medida que considera oportuna y eficaz para atajar lcis males de la guerra y de la encomienda. De– nuncia -una vez más- la "crueldad" de los aventureros que com– baten a los indios. Opina que con la conquista no se pretende otro fin que el de "enriquecer a Su Majestad y a los españoles", si bien lo que a la postre se obtiene es "condenarse los unos y los otros". 332
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