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ble cometido. Pasa en Chile treinta y cinco años, desde 1553 has– ta 1588. De ellos, doce en calidad de Comisario y cuatro como Pro– vincial. Ejerce por largos años el oficio de guardián del convento de Santiago. Es durante su mandato cuando se funda o se reorga– niza la mayoría de los conventos de la Provincia. Gracias a sus afa– nes fundacionales y organizativos, el padre Torralba pudo ver en los últimos años de su vida el primer florecimiento de la Orden en Chile: medio centenar de religiosos y nueve conventos jurídicamente constituidos. Torralba reside habitualmente en Santiago, al frente la comuni– dad del convento de Nuestra Señora del Socorro, al cálido amparo de la imagen de esta entrañable advocación mariana, una imagen diminuta, "peregrina en su labor", llevada a la ciudad por los pri– meros conquistadores. La atención que dedica Torralba a los problemas internos de la comunidad y de la Provincia no le impide ocuparse de los pro– blemas sociales. Cree que la promoción de la justicia, la defensa de los oprimidos y la evangelización de los indígenas son las únicas razones que justifican la presencia de los religiosos en Chile. "Si en esto no se provee -escribe al Consejo de Indias en el año 1562-, no hay para qué venir acá religiosos, sino tornarnos los que acá es– tamos a la quietud que teníamos en nuestras Provincias (de Es– paña)". Si el padre Torralba se erige en crítico y denunciador de la si– tuación social y política de Chile es porque está convencido de que, como ministro del Evangelio que es, no puede renunciar en nin– gún momento a éste su deber profético. Su único criterio de juicio para condenar y aprobar es el Evangelio. En él encuentra, además de una luz segura para dar con las causas de la violencia reinan– te, un espíritu de libertad insobornable para enfrentarse, lo mismo a los gobernantes y jefes del ejército, que a los simples soldados o encomenderos. Clasifica en buenos y malos a los gobernantes civiles y jefes militares, no por sus cualidades políticas o guerreras, sino según manifiesten o no sentido humanitario o de equidad con los indíge– nas. Acusa a Francisco de Villagra de haber "alargado la tasa muy mucho" y de haber reducido la ayuda a los indios llamados de paz. Sostiene que lo que Chile más urgentemente necesita es de gober– nantes de "buena conciencia, experiencia y prudencia", y no tanto de combatientes y aventureros. No hay que olvidar que Villagra, a quien tan duramente enjuicia el franciscano, poseía en La Imperial una encomienda de treinta mil indios. Fray Juan de Torralba encomia y alaba al gobernador García Hur_tado de Mendoza por "el gran celo que mostró de los natura- 331

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