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terrenos que, en una legua de extensión, van desde el monasterio hasta las faldas del monte Pichincha. El jefe de estos yanaconas, llamado don Jorge Mitima, era un indio nacido en el pueblo de Guachachiri. Había venido a Quito acompañando a un capitán español durante las revueltas de Gon– zalo de Pizarra. Muerto el capitán, Jorge Mitima, desamparado y sin ocupación, fue acogido por el padre Ricke, quien le dio trabajo y albergue. Más tarde, gracias a las gestiones de fray Jodoco, Mitima obtuvo título de propiedad de unos terrenos aledaños a las canteras donde sacaban piedra para las obras del convento. En 1558, a todos los yanaconas empleados en las construccio– nes que dirigía el padre Ricke se les confirmaron oficialmente sus títulos de propiedad sobre las tierras que cultivaban, "para que en ellas puedan sembrar y siembren trigo, maíz y papas y todo lo que más quisieren y por bien tuvieren para su sustentación y manteni– miento". A muchos de los indios que vivían en las doctrinas administra– das por los franciscanos se les ayudó por medio de obrajes o ta– lleres de tejidos. Se confeccionaba en ellos "cantidad de paños ne– gros y de color, bayetas, sayales, jergas y otras cosas, que no poco remedio ha sido para toda esta tierra", nos dice el padre Zúñiga. La finalidad que los frailes doctrineros perseguían al promover la manu– factura textil era eminentemente social: "porque tengan (los indios) de dónde, con descanso, puedan sacar sus tributos y no anden de– rramados". Así lo atestigua el citado Zúñiga. Sea en la forma de organizar las doctrinas, en el trato que da a sus yanaconas, o en las disciplinas que implanta en el colegio de San Andrés, fray Jodoco Ricke sigue el mismo patrón: formar al indio no sólo como creyente, sino también como ser humano. Le proporciona doctrina y trabajo, le enseña a labrar la tierra y a ser dueño de la misma, le instruye en las letras y en el arte y le capa– cita para ejercer una profesión o un oficio. Fray Jodoco se interesa por el hombre integral. Y lo mismo en religión que en política. Para él, por encima de las banderías partidistas, está el hombre, con sus derechos y digni– dad inalienables. Durante las revueltas suscitadas en Perú y Ecuador con ocasión de la implantación de las Leyes Nuevas, fray Jodoco -probablemente- se pone de parte de Gonzalo Pizarro, pero, al mismo tiempo, esconde en el convento a tres enemigos de éste. Es un dato significativo. El mejor símbolo de este realismo humanista que distingue la vida y labor civilizadora y apostólica de fray Jodoco, es aquel cé– lebre cantarillo de trigo que, junto con la cruz, transportó a Quito. 325
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