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obtiene licencia para trasladarse a Las Indias. Los historiadores dis– cuten la fecha exacta de su arribo a América. Por caminos que aún no han sido descritos con exactitud, llega a Quito en compañía de fray Pedro Gocial y fray Pedro Rodeñas. Corrían tiempos difíciles. Conoció de cerca el dolor de los indios vencidos. Presenció el ho– rrible ajusticiamiento del cacique Chamba, a quien Juan de Ampudia quemó vivo. Doblegada la resistencia de los caciques Rumiñahui y Zopozo– pangui -el primero, decapitado en Quito, en pública plaza-, los indios fueron repartidos en encomienda, y los vencedores Sebastián de Benalcázar y Diego de Almagro abrieron un nuevo capítulo en la historia de Quito y sus provincias: el de la Cristiandad. Testigo y actor de la época fundacional de la ciudad -1534- 1535-, Jodoco Ricke está consciente de la importancia que para un civilizador nato como él reviste el momento histórico. "Yo fui el primer fraile franciscano que habité en esta ciudad de San Francis– co de Quito" -escribe. De inmediato ve que, más que de fundar una nueva ciudad, se trata de iniciar una nueva etapa en la cadena de civilizaciones que han florecido en Quito y zonas limítrofes. El, lo mismo que el cro– nista Pedro Cieza de León, ha visto -asombrado- "el camino de los incas, tan famoso en estas partes como el que hizo Aníbal en los Alpes o la calzada que los romanos hicieron". Admira los palacios que en Quito levantara Huayna Capac en sus buenos tiempos de esplendor y poderío. La Quito fundada por Sebastián de Benal– cázar y Diego de Almagro se levanta sobre las ruinas de la Quito incaica y ésta, a su vez, había sido erigida sobre la antigua metrópo– li de los Shiris. El padre Ricke no olvida estos hechos, y cree que la nueva civilización a implantarse no debe suprimir, sino integrar las precedentes, ni ha de ser para el exclusivo beneficio de los con– quistadores, sino también, con tanta o más razón, para el de los in– dios conquistados. En carta dirigida al padre guardián del conven– to de Gante en el año 1556, se expresa así: "Los in¡Ji-Qs, aun los más salvajes y sin escuela alguna, son naturalmente de buenas costum– bres y viven con tanta justicia y rectitud de vida, que superan a los civilizados que disponen de libros, leyes y conocimientos. Muy aptos para la fe, son ingeniosos y bien dispuestos para la instrucción, lo mismo que para cantar y tocar instrumentos músicos". ¿cómo era posible marginar o ignorar a unos seres humanos tan capacitados para la fe y l.a cultura? Para llevar a cabo sus planes, fray Jodoco Ricke, apóstol y hu– manista, planeó construir un templo y un convento dotados de tal capacidad y de valores artísticos tan notables, que pudieran fungir de centros irradiadores de la soñada civilización integradora. La iglesia sería lugar de culto, monumento y muestrario de belleza; 319
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