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res se oponían a los religiosos, "por algunos sermones que habían hecho en favor de los indios y porque procuraban juntarlos en pue– blos y que se les moderasen los tributos". Semejantes críticas y entrometimientos tenían hartos a los oido– res. Ya no podían tolerar a aquellos fisgones. "No los entendemos" -llegan a confesar. Reconocen que fray Jerónimo de San Miguel es un tipo "hábil", pero "no tan quieto ni sosegado como era menes– ter". Eso les hacía pupa, que no fuera un acomodaticio, que no hi– ciera juego a sus tropelías. Ellos, los oidores, hubieran preferido unos frailes más "prudentes", más recogidos en sus claustros y rezos. Por otra parte, aquellas denuncias, siempre importunas, eran especialmente peligrosas en los primeros años que siguieron a la con– quista, cuando jueces pesquisidores enviados por la Corte, miembros de la Audiencia y responsables del gobierno de la colonia se espiaban y denunciaban mutuamente en un enredo de tragicomedia. En aque– llos revueltos años cualquier acusación de los frailes podía ser utili– zada por los enemigos de los oidores. En efecto, en el año 1544, Mi– guel Díaz de Armendáriz -con quien, por cierto, hizo buenas mi– gas Jerónimo de San Miguel- llegó al altiplano con órdenes de exi– gir cuentas a los gobernadores de la naciente colonia. Poco después, en el año 1549, viró la suerte y se presentó Alonso de Zorita con el encargo de tomar residencia a Miguel Díaz de Armendáriz. A su vez, los oidores Galarza y Góngora, que llegaron en el año 1550, opusieron tenaz resistencia a Zorita. Dos años más tarde, en 1552, el licenciado Montaño vino dispuesto a juzgar tanto a los oidores Góngora y Galarza como a Díaz de Armendáriz. Pero salió mal en la refriega; tan mal que, sometido a juicio, terminó siendo eje– cutado en España. Bastante tenían, pues, los oidores Góngora y Galarza con de– fenderse de los perros sabuesos que les llegaban de la corte de Es– paña para tolerar, además, el índice acusador de aquellos frailes metidos a profetas de la verdad y de la justicia. Era forzoso aca– llarlos de una vez. La venganza de los oidores El primer medio que utilizaron los oidores para reducir al si– lencio a los frailes fue el hambre. Arma poderosa. El licenciado Zo– rita informó en 1550 que tanto los oidores como los encomende– ros "estaban mal con ellos" (los frailes) y que "no les daban limos– na para sustentarse". 314

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