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18. Jerónimo de San Miguel, el amor a la verdad lleva a la muerte Si el lector es amigo de navegar ríos, lo invito a surcar, aguas arriba, el Magdalena. A todo aquél que llega a sus orillas con un remo al hombro o con un libro bajo el brazo, el gran río colombia– no le ofrece mil trescientos kilómetros de aguas navegables y cua– trocientos años de historia documentada. Aunque con cierta desmesura, uno de los primeros en elogiar el gran río fue el cronista franciscano Esteban de Asensio. En su His– toria Memorial, escrita en el año 1585, dice que el Magdalena "tie– ne grandísima suma de oro en polvo y puntas, por cuanto a él cuel– gan y corren todos los minerales auríferos de más de quinientas leguas de tierra y montañas riquísimas de oro... Cuya anchura jun– to al mar será media legua, que es un hermosísimo brazo... con sun– tuosísima apariencia y amenidad. Desbarata las soberbias olas del mar, quebrándolas con la fortaleza de su entrada por espacio de más de dos leguas dentro de el mar". A estas bocas o delta del Magdalena arribó, en el año 1501, Rodrigo de Bastidas, fundador de Santa Marta; pero dos años an– tes, otro adelantado, el célebre Alonso de Ojeda, había hecho sen– tir a los nativos de Colombia el filo de la espada española matando en la Güajira sesenta y ocho indios y quemando más de cien ran– chos. Así lo hizo constar uno de los integrantes de la expedición armada, el célebre florentino Américo Vespucci. La conquista estaba en marcha y los guerreros acudieron a la cita, espadas en alto: Ambrosio Alfinger, que murió a manos de in– dios; Pedro de Heredia, que fundó la ciudad de Cartagena; Sebas– tián de Belalcázar, que, en 1536, erigió Popayán; Nicolás de Feder– man, quien, después de haber atravesado los infinitos ríos de las llanuras orientales, llegó a los altos valles, conquistados ya; y Gon– zalo Jiménez de Quesada. En el año 1536, Quesada navega el Magdalena al frente de se– tecientos soldados. Belicoso, aventurero, letrado y escritor en una pieza, es el gran conquistador de Colombia. Dejando el agobiante calor del Magdalena, sube a las frías tierras del altiplano, sembra– das de claras lagunas, a las tierras de Zipaquirá, Chiquinquirá, So– gamoso y Ubaté, habitadas por los muiscas, indios de avanzada vi- 309

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