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tos términos: "Haréis lo que decís que jurásteis con aquellos sobre que vos lleváis mando y jurisdicción, mas no la tenéis sobre mí ni los religiosos que conmigo vienen... pues con nuestro trabajo y su– dor y costa los truxe". Y se quedó en tierra. Con todo, terminó por ceder ante la insistencia del gobernador Cabeza de Vaca y, quizás más por fuerza que de grado, se avino a acompañarlo al Paraguay. "Determiné -informó al rey- hacer la jornada por servir a Dios y Vuestra Majestad, aunque con muy gran dificultad". Pusiéronse en camino el día 2 de noviembre de 1541. Eran, según el citado libro de los Comentarios, doscientos cincuenta ar– cabuceros y ballesteros, veintiséis de a caballo, los dos frailes y al– gunos indios. Cuatro meses duró el viaje. Fue en extremo dura la travesía de la sierra del litoral brasileño, para cuyo paso tuvieron que hacer talas y cortes en la enmarañada selva. Al cabo de los pri– meros diecinueve días, se les habían agotado las provisiones y fue entonces cuando los padres Armenta y Lebrón comprendieron que su viaje no había de ser inútil. Por testimonio de uno de los expe– dicionarios, llamado Pedro Dorantes, factor y oficial real, sabemos, en efecto, que "hice con el dicho Cabeza de Vaca que primero en– viase a fray Bernardo de Armenta, Comisario de la Orden de San Francisco, que él haría traer bastimentas, y así se fiso y se truxo to– do lo que había menester", sin necesidad de guerra ni fuerza al– guna. La compañía de los dos frailes fue de gran utilidad a los expe– dicionarios. Pronto echaron de ver éstos la radical diferencia de ac– titudes que frente a los indios mantenían Cabeza de Vaca y los reli– giosos. Esta diferencia de criterios y de conducta hizo que el go– bernador no pudiera tolerar su compañía, pues, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, les obligó "a que fuesen atrás o por otro camino, porque los indios les daban a ellos cuanto tenían y cuanto pedían y no al gobernador". Más o menos juntos o distanciados, pero nunca revueltos, frai– les y soldados atravesaron el río Tibagui, "enladrillado de losas grandes", el Tacuari, a cuya orilla les esperaba el cacique Abangobi, el Iguatu, ancho y caudaloso, y el Piqueri, afluente del río Paraguay. Después del Tacuari, entraron en "tierra muy alegre, de grandes cam– piñas, arboledas y muchas aguas de ríos y fuentes". Caciques guara– níes de rumbosos nombres y ancho corazón, como Añariri, Cipoyay, Tocanguazú y Tapapirazú les prqveyeron generosamente de toda suerte de bastimentas, menos el cacique Yaguarón, que los reci– bió a flechazos. A fines de enero llegaron a orillas del Iguazú, y arribaron a Asunción el día 12 de marzo de 1542. 303

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