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Bernardo de Armenta planeaba en Biaza una especie de reduc– ción, al estilo de la que los franciscanos ensayaron en Cumaná a partir del año 1514. Con una notable originalidad y multiplicidad de iniciativas, la Orden promovió en Las Indias el método de la conquista pacífica, sobre todo a mediados del siglo XVI. Por los mismos años en que el padre Armenta evangeliza a los carijós en Biaza, fray Juan de Zumárraga defiende en México la tesis de que la única conquista justificable es la espiritual, la realizada por medio de la predicación. En su afán pacifista, el primer obispo de México planea, incluso, abandonar su diócesis para ir a misionar tierras no azotadas por la guerra, más allá de los mares del sur. Poco después, en 1551, los franciscanos de México obtienen una revolucionaria Real Cédula, en la que se les concede que puedan reducir indios sin la ayuda de las armas y que dichos indios, de ese modo reducidos, puedan vivir en municipios propios, con alcaldes y regidores elegidos por ellos mismos, sin pagar tributo en los diez primeros años, y sin que a ningún español le sea permitido mez– clarse en su forma de vivir ni en sus negocios. Fray Jerónimo de Mendieta, idealista lascasiano, insiste también en la necesidad del método pacífico. "Ansí se les predicaría el Evan– gelio -escribe-, conforme al modo que tuvieron los apóstoles en la primitiva Iglesia y según debe ser la predicación que se hace a los gentiles". Este método de evangelización pura, iniciada en Cumaná y ex– tendida luego a otros puntos del continente, tenía la ventaja de po– der actuar al margen de la violencia, pero contaba también con el inconveniente de tener que promover las nuevas comunidades de forma más o menos aislada del sistema socio-económico domi– nante. Aun así, Bernardo de Armenta estimaba que la experiencia por él desarrollada en Biaza era positiva. Amuchos había bautizado para cuando Alvar Núñez Cabeza de Vaca se presentó en Santa Catalina con sus arcabuceros. Optimista a ultranza, esperaba que pronto se habían de convertir todos los indios circunvecinos en ochenta leguas a la redonda. Se comprende, pues, que no le entusiasmara, precisamente, la vista de aquellos soldados -armados hasta los dientes- traídos por Cabeza de Vaca, y que su reacción fuera negativa cuando éste le requirió que le acompañase al Paraguay. Viaje a través de selvas, ríos y discordias Bernardo de Armenta tenía un carácter altivo y, al defender sus opiniones, no daba fácilmente su brazo a torcer. Al veedor Alon– so Cabrera, que le obligaba a ir al Río de la Plata, contestó en es- 302

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