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que, una vez en tierra los soldados y marinos de la expedición, se enteraron por medio de los nativos del lugar de que a catorce le– guas de la isla, "donde dicen el Biaza, estaban dos frailes francis– cos". Eran estos: fray Bernardo de Armenta, natural de Córdoba, y fray Alonso de Lebrón, de la Gran Canaria. Cuando Bernardo de Armenta presenció el alarde que con sus ballestas, arcabuces, picas, lanzas y caballos hizo Cabeza de Vaca, se le revolvieron las tripas. Aparte el grillo y su inocente canto, todo aquel poderío militar que traía el gobernador daba grima al francis– cano, pues era un convencido pacifista, un entusiasta partidario de las conquistas sin armas. Defendía -y practicaba- el principio de que para civilizar y cristianizar a los nativos de América había que prescindir en absoluto de toda guerra y valerse solamente del Evan– gelio y del trabajo. Había llegado a las costas de Brasil, a principios de 1536, en compañía del padre Alonso Lebrón y de otros tres mi– sioneros, como comisario del Río de la Plata. El mismo es quien in– forma al respecto: "Vinimos a esta provincia del Río de la Plata y quedamos en la costa de Santa Catalina, porque a la sazón que vini– mos no podíamos hacer ningún provecho en el Río de la Plata por el hambre y la guerra que los cristianos tenían con los indios". Poco después de haber llegado a Brasil, el padre Armenta es– cribió a Juan Bernal Díaz de Lugo, del Consejo de Indias. La carta estaba dirigida a Sevilla. Tal parece que el correo no andaba tan mal, pues dicha carta, a pesar de haber recorrido los siete mares -de Brasil a Sevilla, de Sevilla a México y de México, de nuevo a Sevilla- llegó a su destinatario. La curiosa noticia de esta odisea epistolar nos la da el historiador Jerónimo de Mendieta: "Esta car– ta en su original fue derecha a Sevilla y de allí vino abierta a esta Nueva España y la hubo el padre fray Toribio Motolinía y, sacado el traslado de ella, que yo tengo en mi poder, envió el original al mesmo doctor Bernal". Gracias, en parte, a esta andariega carta sabemos los orígenes de la actividad misionera del padre Armenta. Biaza o Mbiaza, el punto de la costa de tierra firme a donde se trasladó Armenta desde Santa Catalina, estaba habitado por los fie– ros indios carijós. Estos habían recibido una providencial y curiosa preevangelización años antes. Un indio llamado Otiguara les había predicho que, andando el tiempo, les visitarían los pai-zumé, o grandes hechiceros, a quienes debían recibir con sumo respeto. Los primeros pai-zumé que arribaron a las orillas de la tierra de los ca– rijós fueron unos náufragos cristianos, los cuales fueron tratados tan obsequiosamente por los indios, que hasta les barrían los caminos por donde habían de ir. Luego llegaron otros pai-zumé: varios fugi– tivos de la expedición que, en 1536, Pedro de Mendoza condujo al 300

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