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ridad. "Es bien que dejemos alguna cosa -escribe con muy noble e ingenua sinceridad- en la cual corra nuestro nombre por muchos siglos". Tanto la Monarquía Indiana como la anhelada fama póstuma del autor se salvaron por pelos. Impresa en Sevilla en el año 1615, la voluminosa obra desapareció en un naufragio. Sólo se pudieron re– cuperar unos pocos ejemplares. Un siglo después, en el año 1723, se hizo una segunda edición. En Madrid. Dos más, en México, en nues– tro siglo. Hoy los estudiosos de la historia de América quieren vin– dicar a este franciscano que dio un valor universal a la historia y a la cultura de México. La Universidad Nacional mexicana prepara una edición crítica de su Monarquía. A raíz de haber terminado su obra, fray Juan de Torquemada fue elevado al honroso cargo de Ministro Provincial. En 1614. Fa– lleció diez años después, en Tlatelolco. Con su característico estilo, los Anales Coloniales de Tlatelolco describen la muerte del ilustre franciscano: "1624, año 5-caña. Entonces murió nuestro querido padre fray Juan de Torquemada, el martes, primer día del mes de enero, en el Año Nuevo. No había estado enfermo. A la medianoche subió al coro, iba a decir los maitines. Al terminar, dijo a los hermanos: -Ayudadme, abridme el pecho, en donde tengo el corazón. Enseguida murió, en presencia de todos los hermanos". 297

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