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historiador. Está ya engolosinado con su gran proyecto. Nada es ya capaz de apartarle de él. "Cuando me hallaba cansado de los traba– jos en que en las obras y otras ocupaciones me tenían, volvíame al estudio de los libros y a dar una y muchas vueltas a las cosas que escribía, porque en el revolvimiento y trasiego de ellas descansa– ba". De día investiga y discute, a veces entre apasionados gritos. De noche trabaja "en el silencio de mi soledad", hurtando horas al descanso. "Después de haber rezado maitines en comunidad con los demás religiosos, me ocupaba en esto". Hay momentos en que su ánimo decae. La tarea es interminable. Recio el trabajo. "Muchas veces dejé la pluma y propuse no pasar adelante". Pero el deseo de que no se pierda "la memoria de casos y personas tan dignas de ella" le infunde valor. Otro motivo que le alienta es el carácter colectivo de la empresa. Fray Juan de Torque– mada está muy consciente de que su Monarquía Indiana es la gran obra de su Provincia franciscana del Santo Evangelio. Es la "cró– nica de las crónicas", escrita, no sólo por él, sino también por sus predecesores: fray Andrés de Olmos, Motolinía, Jiménez, Sahagún, Mendieta. En este supuesto, él suma sin mayor escrúpulo los escri– tos de sus hermanos en la Orden a los suyos propios. Los copia con tal profusión y libertad, que ha sido tachado de plagiario, en espe– cial por el bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta y por el cronista mexicano fray Agustín de Vetancurt. Torquemada no tiene reparo al– guno en admitir que en la composición de su vasta obra entran ma– teriales ajenos, numerosos escritos de sus hermanos de hábito, en especial de Mendieta. "De que mucho me he aprovechado". Lo confiesa. La Monarquía Indiana es un río caudaloso, de corriente tan im– petuosa, que arrastra cuanto informe válido, ajeno o propio, halla a su paso. Respecto de otros cronistas e historiadores de la época, como Herrera, Gómara, Las Casas, Acosta, a veces les sigue, otras les contradice. Compila, ordena, critica, aclara, se apropia o recha– za cuanto informe cae bajo su dominio, pero, siempre es sincero. "Todo esto he copilado y juntado de varios escritos y memoriales", admite, aunque advirtiendo que su obra es "nueva historia". Nueva no sólo por la reelaboración crítica a la que somete los aportes aje– nos, sino también por el original enfoque con que los ve y presenta. Al terminar su colosal obra -hacia el año 1612-, fray Juan de Torquemada no disimula su satisfacción. "Vencí todas las dificul– tades -escribe- y, desplegando las velas de mi encogimiento, salí con ella al cabo. Confieso que el trabajo que en ella he pasado ha sido muy grande". No le faltan motivos. Ha hecho justicia a la cau– sa indígena salvando su patrimonio histórico. Ha servido a la Igle– sia y a la Orden. Cree también que "con esta larga historia, en tres volúmenes o partes distribuida", su nombre pasará a la poste- 296

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