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te largos años trabajó con increíble afán en reconstruir ese pasado que la conquista había pretendido borrar para siempre. Fue su amor al indio el que le hizo ver que éste no podía sobrevivir desligado de su historia, sin la base de su propia identidad cultural. Justificó hasta con ardor que, a raíz de la conquista, se hubiesen destruido ídolos y templos a mansalva, pero lamentó la locura, el desorbitado celo, de quienes quemaron códices y pergaminos "de mucha importancia para saber las cosas antiguas de esta tierra". Torquemada, al igual que todos sus contemporáneos, es partida– rio del método de la tabla rasa en lo referente a la cristianización de los idólatras, pero no deja de advertir que "la idolatría, como tal, vase destruyendo y acabando, no sólo porque la Divina Providencia no la consiente ni la aprueba, sino también porque, de su misma naturaleza, por ser falsa y mentirosa, no puede permanecer con la verdad". Con esta afirmación, fray Juan de Torquemada no defien– de la tesis de que la idolatría azteca puede ser superada sin violen– cia, exclusivamente por medio del libre juego de la verdad y del error. La liberalidad de su espíritu no llega a ese extremo, pero sí a hacerle ver que dentro del culto idolátrico pueden subsistir formas muy apreciables de belleza y ejemplos de raras y admirables virtu– des. Halla tan limpios y lucidos los templos paganos, que "no pare– ce que manos de hombres los hubiesen hecho ni que pies humanos los pisasen". Incluso admira la belleza de algunos ídolos esculpidos en piedra. Respecto de los sacerdotes idólatras, atacados tan dura– mente por la mayoría de los historiadores de la época y tachados por algunos de crueles y sodomitas, sostiene que siempre fueron castos, lo mismo en sus actos que "en la composición de su persona". En sus escritos, Torquemada resalta y elogia cuanto de positivo encuentra en los acontecimientos e instituciones de la historia del México precolombino, así como las virtudes y glorias de sus grandes emperadores. Tlotzin es "nobilísimo"; Nezahualcoyotl, "prudente y sabio"; "uno de los más sabios del mundo", Moctezuma l. Esta simpatía con que Torquemada ve el pasado indígena de México no es una mera actitud sentimental, un diletantismo más o menos elegante y superficial; es un amor sincero, tan radical y en– volvente, que da sentido e impulso a toda su existencia. La gran obra de su vida, su colosal Manarquía Indiana, es fruto de este apasionado amor. El mismo lo confiesa. Al enumerar las razones que le movie– ron a escribir la voluminosa obra, "otra fue -dice- ser yo tan afi– cionado a esta pobre gente indiana y querer excusarlos, ya que no totalmente en sus errores y cegueras, al menos en la parte que pue– do no condenarlos, y sacar a luz todas las cosas con que se conser– varon en sus repúblicas gentílicas, que los excusa del título bestial que nuestros españoles les habían dado". 291
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